La soledad de Rajoy
TODOS los acontecimientos son susceptibles de diversas interpretaciones; pero, en política, la más perversa tiende a ser la menos imprecisa de todas ellas. Cuando se trata de la difícil tarea de representar los intereses y la voluntad ajenos, parecer cándido es tanto como ser irresponsable. ... A los integrantes de los poderes del Estado cabe exigirles la sutileza del recelo, la grandeza de la anticipación, la inteligencia de la moderación e, incluso, la asistencia a ceremonias que, por su naturaleza litúrgica, dan fe de vida democrática. De ahí que resulte conveniente valorar la sospechosa casualidad de que ninguno de los presidentes autonómicos del PP asistiera el pasado domingo al homenaje a la Constitución que, con ocasión de su aniversario, se celebró en el Congreso de los Diputados.
Esperanza Aguirre, Francisco Camps, Alberto Núñez Feijóo, Juan Vicente Herrera, Ramón Luis Valcárcel y Pedro Sanz no son sospechosos, en absoluto, de desafección constitucional y, sin embargo, ninguno de ellos estuvo presente en un acto al que, dicho sea de paso y con satisfacción ciudadana, asistió por vez primera el lehendakari de los vascos. Del mismo modo que, después de conocer la obra de Baudelaire y de Poe, Stéphane Mallarmé se declaró poeta «en huelga ante la sociedad», habrá que concluir que el gran lote del poder popular, en el que no cabe imaginar una «huelga» contra el anfitrión del acto, José Bono, quiso escenificar su distancia con el presidente del partido, Mariano Rajoy. Es la interpretación política más perversa y, por ello mismo, la más cabal.
Enseñaba Indro Montanelli que la casualidad es la única variable no admisible en el análisis político. No puede ser casual que, todos a una, las máximas cabezas del partido allá donde el PP ostenta el poder autonómico faltaran a una celebración simbólica del más alto nivel y, menos todavía, cuando las circunstancias y el Tribunal Constitucional ponen en cuestión una Ley de leyes que algunos pretenden modificar sin el debido respeto y por espurios caminos estatutarios.
¿Será que los barones quisieron poder en evidencia al presidente de su formación? Rajoy, huérfano de compañías -ni tan siquiera le flanquearon María Dolores de Cospedal y Javier Arenas-, parecía un náufrago en la sopa de la celebración. Lo que queda por discernir es si asistimos al final de una época o al inicio de otra nueva.
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