Zapatero en su laberinto
EL presidente del Gobierno intentó en Estocolomo poner fin a la cadena de despropósitos que tanto él como sus ministros han protagonizado desde junio pasado con el anuncio de una subida de impuestos. En estos dos meses, desde que Rodríguez Zapatero comprometiera públicamente que no ... habría más incrementos fiscales, y después de haber subido los impuestos de la gasolina y el tabaco, el Ejecutivo ha demostrado estar sufriendo dos de los peores vicios que pueden aquejar a un equipo político: desinformación y descoordinación. La hemeroteca reciente presenta al Gobierno socialista como una fuente temible de inseguridad económica e incertidumbre social, con una sucesión de anuncios a medias, globos-sonda, rectificaciones y contradicciones impropias de la gravedad de la situación de crisis y de la trascendencia de una reforma impositiva. Todo ello, y no por casualidad, en medio de la huida de algunos de los que fueron baluartes económicos del jefe del Ejecutivo, como Jordi Sevilla, que abandona su escaño de diputado para pasarse a la actividad privada, y Pedro Solbes, que en breve hará lo propio.
El Gobierno ha transmitido la imagen de que cada cual iba por su cuenta: José Blanco, haciendo de portavoz económico; Elena Salgado, pasando de puntillas, y el presidente del Gobierno, desdiciéndose de sus palabras. Al final, habrá subida de impuestos, por supuesto, porque lo único que tiene claro el Ejecutivo es que tiene taponar la hemorragia de las cuentas públicas, que ya suman un déficit del 4,69 del PIB en los siete primeros meses del año, multiplicando por cinco el que había en el mismo período del año pasado. Tampoco hay garantía alguna de que el incremento de impuestos no afecte a las rentas del trabajo y se limite a las de capital y las plusvalías, como manifestó Rodríguez Zapatero en Suecia. El Gobierno también negó la crisis, y ya estamos en su segundo año; negó que fuera a subir los impuestos, y los va a subir. Esto es lo que pasa cuando se pierde el crédito político: que la palabra no basta. Además, la presión fiscal sobre los ciudadanos puede aumentar sin haber tocado el impuesto sobre la renta de las personas físicas. Basta con suprimir ayudas o deducciones, como la de 400 euros -es decir, recortando una de las medidas estrellas de la «política social» de Rodríguez Zapatero-, para que al final el contribuyente pague más.
El Gobierno socialista se encontró en 2004 las arcas del Estado llenas, después de que el PP remontara la crisis de los noventa con medidas contundentes y urgentes, y ahora están esquilmadas, sin que sus fondos hayan sido empleados de manera eficaz para atajar las principales consecuencias de la crisis, como el aumento del paro, la falta de crédito, la caída del consumo, la pérdida de competitividad y la destrucción del tejido empresarial. Además, recurrir a la subida de impuestos no sólo es una opción que agravará la situación, sino que llega a ser abusiva porque no va precedida de un ejercicio efectivo de austeridad -salvo excepciones- en el gasto corriente de las múltiples administraciones públicas del Estado, incluidas las autonómicas. Sin recursos y sin resultados, el Gobierno apuesta por subir impuestos y, cualesquiera sean los que va a subir, se trata de un nuevo factor de intimidación en una sociedad suficientemente retraída y temerosa por la amenaza del desempleo y la morosidad familiar.
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