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El «imaginarium» de Terry Guilliam resucita a Heath Ledger en Cannes

Terry Guilliam Y Christopher Plumme /afp

Tal vez porque ve muy cerca la puerta de salida, pero el caso es que hoy el Festival se ha puesto en plan estupendo: sólo para imaginaciones desbordantes, o desbordadas. El día ha comenzado con el infinito Terry Gilliam , que ha presentado fuera de la competición “The imaginarium of Doctor Parnassus”, lo último de lo último de Heath Ledger (a su muerte, terminaron su trabajo Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell); después ha seguido el inabordable Tsai Ming-Liang y su fantasía-gruyere “Visage”, en la que recuerda mucho al talento de Orson Welles tras un atracón de ciruelas verdes, y finalmente el espiritual y busterkitoniano Elia Suleiman , que ha aportado una miniatura personal y leve sobre su mirada (con sus ojos gordos, siempre entre admiraciones: ¡su mirada!) al pasado, a su familia y a lo palestino y lo israelí. Dejaremos para mañana ya los que cierran las proyecciones, el argentino Gaspar Noe y la española Isabel Coixet . Portazo.

La imaginación de Terry Gilliam, su ingenio visual, su inventiva, su ambición narrativa y su ego no caben en la Catedral de Burgos, ni sus películas tampoco y ésta última, “El imaginarium del doctor Parnassus”, tiene escenas que ni siquiera cabrían en el desierto de Mojave: se atraviesa el espejo y aparece un mundo tan grande y fantástico que sólo puede producirlo algo muy pequeño y producto de la alquimia. El bien y el mal, Fausto, el Diablo, la muerte, la eternidad, los mundos paralelos…, una historia que pone los pelos de punta al ver en ella a Heath Ledger, que se murió durante el rodaje y al que la fantasía, inventiva y morro de Gilliam pudieron sustituirlo por los tres actores mencionados. El imaginarium de Gilliam dura dos horas y media, pero va raudo sobre una puesta en escena que es una alucinación, una entelequia, atemporal, inquieta y que no está en ningún lugar ni tiempo. El cine de Terri Gilliam es incomparable, un atracón para los ojos, un globo aerostático enorme, fastuoso. Pero, no aguanta el dardo de lo reflexivo: se desinfla.

Cerrar los ojos

Lo de Tsai Ming-Liang, el director entre malayo y chino, es parecido pero completamente contrario: cierre los ojos y reflexione. La pretensión de Ming-Liang en “Visage” es tan seria que no puede dar más que risa, y de hecho durante mucho tiempo da la impresión de que lo que pretende es reírse del pobre Jean Pierre Leaud y de la mollar Laetitia Casta , pues al uno lo filma en plena borrachera de improvisación y desatino, y a la otra la “descasta” de inmediato y la deja “in puribus” o la ocupa llenando de cinta negra los espejos. La sinopsis es subyugante: un director taiwanés rueda el mito de Salomé en el Louvre (Leaud es Herodes), pero se le muere la madre (debe de ser al director taiwanés), aunque lo que se ve en la pantalla es cómo se le rompe un grifo en la cocina y se le inunda la casa. Hay mucho espejo en el bosque, como en la última escena de “La dama de Shangai”, y sale un pajarillo, y un reno, y la gente de la sala a borbotones mientras que Jean Moreau, Nathalie Baye y Fanny Ardant pues se beben un vino, y Mathieu Amalric se marca un apretón sexual con el actor habitual del cine de Ming-Liang, Lee Kiang-Sheng, que fuma como Robert Mitchum. Se rumoreaba que Tsai Ming-Liang era el favorito de antemano para la Palma de Oro, personalmente creo que seria mejor dejarlo para otro año .

Y entre estas montañas de alarde y pretensión, resulta por completo entrañable el humor seco de Elia Suleiman, israelí palestino que hace películas sencillas como " The time that remains ", dedicada a sus padres y en la que (se) filma algunos recuerdos y escenas al vuelo. Humor apenas, sin palabras y quieto, como su protagonista, el propio Suleiman ; hay momentos de ingenio visual, aunque en un estilo muy distinto al de Terry Gilliam: soldados israelíes se enfrentan a balazos y entre gritos a jóvenes palestinos, se hace el silencio…, pasa entre ellos una mujer con un cochecito de niño; Suleiman, el inmóvil, coge una pértiga y se salta el gran muro del ghetto…, todo es liviano y naif, como si lo mirara Jacques Tati.

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