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1810 - 2010: Una oportunidad para las naciones del español

HACE casi un siglo, en 1910, las repúblicas iberoamericanas celebraron el primer centenario de su independencia alrededor de la idea de «progreso». Como nos muestran los estudios realizados sobre aquel momento de gloria patriótica, la generación que lo vivió disfrutó en calles y plazas de ... una verdadera fiesta. Hubo ardientes discursos que ponderaron las virtudes y hazañas de los próceres fundadores, además de multitud de desfiles, e inauguración de monumentos tanto en grandes ciudades como en pequeñas aldeas. Las exposiciones de productos agrícolas, ganaderos e industriales, organizadas por doquier, copiaron el modelo del imperialismo decimonónico europeo y pretendieron mostrar a los contemporáneos que la emancipación de España y Portugal había servido «para mejorar». El triunfo del espíritu humano, visible en los milagros traídos por la revolución industrial, se consideró inseparable de la libertad política lograda de Río Grande en México a Tierra de Fuego en Chile cien años antes. En 1860, cuando se habían cumplido cincuenta años de las independencias, en cambio, la atmósfera no había estado para celebraciones. El mantenimiento de disensiones civiles y el influjo de la terrible Guerra de secesión estadounidense fue determinante. Algunos oficiales sudistas pensaron incluso en implantar la esclavitud en la Amazonía si perdían con los yanquis. Tampoco la España isabelina había madurado una relación igualitaria con las repúblicas «de su progenie», como se decía entonces, y estaba a punto de embarcarse en una serie de conflictos imperialistas patéticos de filiación napoleónica francesa, con Chile, México y Perú, que motivaron un resurgimiento de la hispanofobia continental. Así, hubo que esperar al benéfico impulso que supuso la celebración conjunta en 1892 del cuarto centenario del descubrimiento de América y al despliegue desde 1910 de una potente diplomacia cultural y académica, tan bien representada por Rafael Altamira o José Ortega y Gasset, para que se abriera un camino de éxitos, que facilitó la Edad de Plata de la cultura española. Más allá del genio de quienes la representaron, se subraya poco que fue posible por la existencia de caminos de creatividad transatlánticos: el joven poeta chileno Neruda o el magnífico editor venezolano Blanco Fombona colaboraron a diseñar y a poner en marcha las primeras industrias culturales del español.

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