Suscribete a
ABC Premium

La peste del miedo

LOS que nunca hemos sido un colmado de virtudes en el trato de nuestro propio cuerpo tendemos mucho a relativizar la alarma ante catástrofes sanitarias. Eso somos quienes hemos pasado toda la vida intentando rebatir la máxima de «mens sana in corpore sano». Porque hemos ... creído firmemente en las tesis de Peter Altenberg y Joseph Roth de que la sabiduría requiere un conflicto con la salud. Cuando uno comienza a dudar de ello suele ser demasiado tarde para intentar la otra opción. Recuerdo lo irrisoria que me parecía la recomendación de tanto amigo durante la catástrofe de Chernobil -que yo viví en Polonia, en Varsovia y en Cracovia- de que me pusiera en las colas para tomar yodo. A mí, que me fumaba tres paquetes de Marlboro. A mis colegas Paco Eguiagaray, a Juan González Yuste y a Hernán Rodríguez Molina, tres hombres de Altenberg y Roth también les hacía mucha gracia. Ellos ya no están. Eso no quiere decir que no sintamos todas y cada una de las muertes y tragedias habidas. En las que las víctimas son gentes que jamás quisieron ponerse en peligro. Desde las pestes medievales, las pandemias americanas, la peste de nuestra era moderna que es el sida o las gripes aviares o ahora porcinas. Pero a mí, aun hoy, se lo confieso, me cuesta mucho sintonizar con la alarma social, con ese miedo generalizado por motivos de salud. Comprendo perfectamente la labor imprescindible de divulgación y advertencia de los poderes del Estado y de las instituciones en estos casos. Pero los echo de menos en otras pestes que carecen de la popularidad necesaria y que también tienen mucho que ver con la salubridad.

Artículo solo para suscriptores

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comparte esta noticia por correo electrónico
Reporta un error en esta noticia