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Elefantes

HACE tiempo que el Parlamento Europeo viene siendo un retiro de privilegio, una especie de lujoso aparcadero para políticos amortizados, desgastados en la contienda doméstica o desplazados por los vaivenes de las luchas partidarias. El escaño en la Eurocámara está muy bien retribuido -por encima ... de los siete mil euros, más dietas, viáticos y asignaciones-, facilita viajes internacionales, proporciona una agenda de relaciones muy útil en los negocios y, aunque la mayoría de sus decisiones tienen un impacto real muy relativo, ofrece a sus titulares la sensación de continuar en la política, ocupados en asuntos muy conspicuos, como una especie de metadona para amortiguar el síndrome de abstinencia del dirigente prejubilado. No obstante, no he conocido jamás a ningún eurodiputado plenamente satisfecho; cuando hablas con ellos aparentan gran entusiasmo por su dedicación y se declaran intensamente involucrados en sus nuevas tareas, cuya importancia explican con pasión tan enardecida como ficticia, pero sus expresiones contienen siempre un rictus de inevitable nostalgia por la abandonada escena nacional, de cuyo fragor sectario se declaran cansados mientras sus miradas lucen la inconfundible melancolía del exilio.

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