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Elefantes

HACE tiempo que el Parlamento Europeo viene siendo un retiro de privilegio, una especie de lujoso aparcadero para políticos amortizados, desgastados en la contienda doméstica o desplazados por los vaivenes de las luchas partidarias. El escaño en la Eurocámara está muy bien retribuido -por encima de los siete mil euros, más dietas, viáticos y asignaciones-, facilita viajes internacionales, proporciona una agenda de relaciones muy útil en los negocios y, aunque la mayoría de sus decisiones tienen un impacto real muy relativo, ofrece a sus titulares la sensación de continuar en la política, ocupados en asuntos muy conspicuos, como una especie de metadona para amortiguar el síndrome de abstinencia del dirigente prejubilado. No obstante, no he conocido jamás a ningún eurodiputado plenamente satisfecho; cuando hablas con ellos aparentan gran entusiasmo por su dedicación y se declaran intensamente involucrados en sus nuevas tareas, cuya importancia explican con pasión tan enardecida como ficticia, pero sus expresiones contienen siempre un rictus de inevitable nostalgia por la abandonada escena nacional, de cuyo fragor sectario se declaran cansados mientras sus miradas lucen la inconfundible melancolía del exilio.

De ahí la patente contrariedad con que tipos como Ramón Jáuregui, ese excelente político curtido, sensato y fiable, reciben la supuesta bicoca de su desplazamiento a la eurocandidatura. Un cementerio de elefantes, ha dicho el parlamentario vasco con visible enfado ante la pulsión zapaterista de renovar la nomenclatura de su partido promocionando liderazgos juveniles -Aído, Pajín, Madina- sacados de su chistera a golpe de intuición demoscópica. (Pulsión efebocrática que contrasta, ciertamente, con el interés por blindar el Gobierno con dinosaurios procedentes, como Chaves o Salgado, del pleistoceno tardofelipista). Entiende Jáuregui con razón que lo desplazan de mala manera y con escaso tacto al amontonarlo junto a excedentes liquidados como Magdalena Álvarez, pero lo importante no son tanto las formas siempre abruptas de esta clase de decisiones como la descapitalización de talento que el presidente impulsa con esas maniobras incomprensibles que licencian al destierro a figuras de relevante masa crítica para sustituirlas por pesos ligeros a la medida de su propia liviandad intuitiva y caprichosa.

Y es que quizá el problema no consista en la tendencia, unánime y transversal en todos los partidos, a sacudirse a los independientes de criterio enviándolos a la necrópolis de elefantes de Bruselas, sino en que en ese habitual desfile de paquidermos terminales cada vez se ven ejemplares más jóvenes e idóneos cuya prematura ausencia deja la fauna nacional reducida a una pléyade de cachorros a los que los colmillos del cainismo trincherizo les han brotado antes que las muelas del juicio y de la prudencia.

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