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Conor

EL pasado día 18 murió, a sus noventa y un años, Conor Cruise O´Brien. No habrá sido el más importante de los intelectuales europeos del siglo XX, pero sí el que más influyó en mí, y le debo un elogio público. Mi intento de divulgar ... su obra en España se saldó con un fracaso de antología. La editorial que publicó sus Voces ancestrales, con prólogo mío, vendió apenas cien ejemplares (sospecho que a bibliotecas universitarias), y es prácticamente imposible dar en las librerías con sus otros dos libros traducidos al español: una colección miscelánea de artículos publicada en México y un breve ensayo sobre Camus. A Conor lo visité hace diez años, en su retiro de la pequeña península de Howth, al norte de la bahía de Dublín. Había sufrido un infarto pocas semanas antes. Aún mostraba una aparatosa herida en la frente y cuidaba de su mujer enferma, la escritora gaélica Máire McEntee, mientras se dedicaba a revisar el manuscrito de sus memorias, que aparecerían meses después, dedicadas a la memoria de su última editora, su hija Kate, recientemente fallecida. Los esposos O´Brien vivían solos en una modestísima casita de una sola planta -situada, eso sí, en un impresionante paraje de la costa irlandesa- a sólo unos metros de la rotonda más concurrida por los dublineses durante los fines de semana.

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