La fuerza de «El Langui» acogota al cine en competición en San Sebastián
E. RODRÍGUEZ MARCHANTE
SAN SEBASTIÁN. Ni «Génova», del inglés Michael Winterbottom, ni «La belle personne», del francés Christophe Honoré, deberían de darle demasiados quebraderos de cabeza al jurado que otorgará los premios al final. Su paso por la sección competitiva ha de ser, en buena ... lógica cinematográfica, de puntillas. Cada una tiene una historia muy dramática dentro, pero completamente desactivada por motivos bien distintos. La británica por un exceso de dirección de Winterbottom, o lo que es lo mismo, le pierde la cámara; y la francesa porque Honoré o no sabe lo que cuenta o no cuenta lo que sabe. Un desastre. En cambio, al lado, en la sección Zabaltegi, se estreno la primera película de Santiago A. Zannou, la española «El truco del manco», tan fuerte y franca que saca a empellones de la crónica a las otras dos, por muy oficiales que sean, y se coloca ella en su lugar.
«El truco del manco» tiene un personaje, «El Cuajo», interpretado por un actor, «El Langui», con lo que cualquiera se hace a la idea de que esto podría ser al contrario: que a «El Langui» lo interpretara «El Cuajo». Uno y otro padecen una parálisis que le agarra piernas y brazos, y sólo la primera escena de la película, en la que se equiparan sus esfuerzos por entrar en la bañera a los de cualquier alpinista caminito de la cumbre, lo dejan a uno ya bien curado contra la petulancia y la ñoñería que gobierna el mundo, o al menos el cine francés, o al menos el de Honoré, o el de su cursilinda película. Conocido el personaje de «El Cuajo», se asiste después a la descripción de su mundo, «picos» y «palos», y a la consecución de su sueño: montar un estudio musical para grabar sus discos «hiphoperos» («El Langui» es el líder de un grupo llamado La Excepción, puro sonido «Pan Bendito»). La historia tiene tantos puntos de conexión con la realidad, y es tan dura en sí misma, que hasta el director se esfuerza en suavizarle los bordes mediante una fotografía que no haga sangrar los ojos y una música de fondo que no sea la propia (de hecho, quizá la fuerza de la película se hubiera amplificado aún más con la original del protagonista).
En fin, «El truco del manco» es una de esas obras que rezuman sinceridad, en la que no aparece nadie que no lo merezca realmente y con un tipo que pasa por la pantalla mirándote a los ojos y diciéndote: «Sí, ¿qué pasa?»
Una florecilla pisoteada
Claro, comparado con la efectividad del cine de Zannou, lo de Honoré era como una florecilla pisoteada por la bota de «El Langui». Una retahíla de historias de amor en un colegio, con unos cuantos personajes como sacados de la novela de La Fayette (se dice a sí misma la película que es una libre adaptación de «La princesa de Cléves») y en la que de un modo muy moralista se trata de la más abyecta inmoralidad, aunque la película ni lo quiera ni lo sepa. A lo tonto romanticón, viene a contar las peripecias de un profesor que seduce a alumnas, vive pasiones con ellas y con otras profesoras del colegio, mientras que otros jóvenes de la clase también se cruzan ellos con ellas, ellos con ellos, más profesores y estos y los otros... Más que un colegio, parece uno de esas «casas» donde se hacen programas televisivos indiscretos. En ningún momento Honoré se plantea esa relación ilegal, desequilibrada y despótica que práctica el profesor sobre sus alumnas, sino que lo que realmente se plantea es el amor total, el amor «fou», la imposibilidad de amar más allá del tal y del cual..., ¿pero, de qué habla este hombre?, y ¿quiénes son esos personajes de poema malo y sus reacciones de náusea?... Está protagonizada por Louis Garrel, el hijo de Philippe Garrel, y Léa Seydoux, actores muy de moda del cine francés, y no se encontrarán otros puntos de interés fuera de ellos. Bueno, ni con ellos tampoco.
En cuanto a «Génova», de Winterbottom, lo tiene casi todo: buenos personajes, un padre y sus dos hijas; una circunstancia muy dramática, pues la madre muere en un accidente de coche; un destino fantástico y muy visual, la ciudad de Génova, a la que van con la idea de superar su horrorosa pérdida... El director puntúa bien las notas dramáticas (el sentimiento de culpa de la hija menor), pero se pierde en su propio propósito: usa la cámara como una amenaza para sus personajes, de tal modo que siempre tienes la sensación de que a las niñas les va a pasar algo: las callejuelas, las gentes, los amigos, el mar, un paseo por el campo..., todo está visto con cámara acechante. ¿Con qué fin?... Pues, por lo visto, con ninguno. La trama fantasmal con la que aliña el drama, la aparición de la madre, además de repetirse hasta la hartura, también es otra engañifa más, otro crecepelo de una película que se acaba quedando completamente calva. A pesar de la buena interpretación de Colin Firth y de las dos niñas. Perla Haney-Jardine y Willa Holland; a pesar de los personajes simpáticos; a pesar de la hermosura de la ciudad y del buen tiempo.
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