Lugar para el reencuentro (15): Arcoíris sobre Toledo

Hay mañanas que parecen cargadas de promesas, como los atardeceres, que nunca dejan de prometer el amanecer de un día nuevo. Hay momentos en la vida en los que, sin motivo aparente, uno se llena de energía, de ganas, de voluntad de hacer. Y, aunque ... la vida pesa, y pesa tanto, el espíritu a veces nos levanta el peso de este cuerpo mortal. Sí. No suele ser frecuente, pero sucede. El poeta, el pintor, cualquier artista, lo sabe. Lo ha vivido, como también, y no infrecuentemente, ha vivido la noche oscura del alma, la fatiga de los días, la presión de la lucha, el desencanto. Asimismo, la persona que simplemente vive y ama –«simplemente»- digo, como si fuera poco eso de vivir y amar- conoce todo esto, sabedora de las sombras y las luces que nos arropan y que nos habitan. Ahora es tiempo de luz, de reencuentro nuevo, de apertura de etapas. Y la luz, en su misterio inagotable, conjura los colores hasta que, de pronto, un arcoíris se nos aparece, abriendo una ventana toledana, o una ventana en la memoria, cualquier ventana del alma que nos lleve a esa ciudad, tan mía, tan nuestra. «Peñascosa pesadumbre»: Sí. «Montaña que, precipitante, ha tantos siglos que se viene abajo»: también. Toledo oscura en la tiniebla de horas pasadas y presentes: desde luego. Pero capaz de hacer que, en cualquiera de sus calles o plazas, en cualquier último rincón, tome cuerpo una nueva esperanza. Capaz de embellecer un arcoíris.