La guardia civil muerta en el tren de Santiago que hizo su último servicio para la iglesia de Yunquera de Henares
Elena Auxina Arrojo, que murió en el accidente de tren de Santiago, practicó la inspección ocular horas antes en el templo de este pueblo de Guadalajara por el robo de su custodia
«Elena era discreta hasta para preguntar», recuerda el párroco de Yunquera de Henares, el pueblo de Guadalajara (3.756 habitantes empadronados), situado a 13 kilómetros al norte la capital, donde Elena Auxina Arrojo estaba destinada como guardia civil desde 2009.
El último ... servicio de la agente gallega, nacida en una pedanía de La Coruña hace 32 años, fue para la iglesia de San Pedro Apóstol de Yunquera de Henares, donde el pasado martes por la mañana -unas 35 horas antes del tráfico accidente en Santiago de Compostela -, Elena y el sargento del puesto de la Guardia Civil estuvieron realizando la inspección ocular tras el robo de la custodia la noche anterior. Los ladrones se llevaron este objeto, de metal dorado y con unos 130 años de historia, creyendo quizá que se llevaban un tesoro de oro, aunque su valor es más bien religioso.
Un coche patrulla con dos agentes en su interior recorre las calles de este tranquilo pueblo guadalajareño en una mañana soleada pero a la vez gris. No tienen el cuerpo para hablar con la prensa -tampoco están autorizados por sus superiores- y en sus caras se percibe la resignación y la tristeza por la muerte de la compañera. «Ella estaba muy contenta porque al día siguiente se marchaba de permiso a su pueblo», señala el alcalde de la localidad castellano-manchega, José Luis González León.
«Era simpática y calladita, como gallega que era», recuerda el edil a las puertas del Ayuntamiento, donde las banderas ondean a media asta en señal de luto por la muerte de Elena, como ocurre en el cuartel de la Guardia Civil donde esta mujer prestaba servicio como agente de Seguridad Ciudadana. Allí vivía «muy contenta», recuerda un compañero. «Era buena amiga, buena compañera y muy activa», añade. «Si continuaba aquí, en el pueblo, era porque se encontraba a gusto», afirma el párroco, quien ha rezado varias veces por el alma de la difunta. «No se dejaba notar en los actos que coincidí con ella», insiste don Antonio, a quien el sargento del cuartel le confirmó por teléfono la muerte de la guardia.
Elena estaba completamente integrada en el pueblo. Participaba en actividades locales, nadaba en la piscina municipal y echaba la quiniela de fútbol en la administración de Mari Carmen y de su tío Pedro Cedrón. «Era muy calladita, muy majeta», señala la lotera pizpireta cuando se le pregunta por la guardia civil, con la que a menudo bromeaba sobre el deseo de tener suerte en el juego de apuestas. «Yo siempre estaba con la coña de si le iba a jubilar día dándole suerte con la quiniela», recuerda la lotera. «Habláis de Elenita, ¿no? Es una pena», se lamenta Guadalupe mientras prueba suerte con una apuesta de lotería.
«La quería todo el pueblo»
En el Bar Ortega, a camino entre la iglesia y el Ayuntamiento, dos hombres y una mujer hablan de los factores que pudieron provocar el accidente ferroviario de Santiago mientras que la televisión se emite un programa especial sobre el trágico suceso.
En la calle, junto al templo, las hermanas María Luisa y Josefa Sancho Antón charlan con Pedro, el lotero, sobre la muerte de Elena, de la que las dos mujeres se han enterado en el «mercadillo» del pueblo. «Era una chica muy sencilla y muy agradable», la describe Josefa porque la guardia patrullaba por la zona donde vive. «La quería todo el pueblo», remacha Pedro mientras rodea la iglesia donde Elena hizo su último servicio antes de morir en un tren a 60 kilómetros de su casa en una pedanía de Arzúa.
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