Instagram arruinó su salud mental, ahora quiere que desconectes
Emma Lembke se inició en redes sociales con 12 años. El uso compulsivo y el contenido inadecuado le provocaron depresión y un trastorno alimenticio. Ahora, ha creado un movimiento para evitar que otros jóvenes pasen lo mismo
Emma Lembke (Birmingham, Alabama) no era una niña diferente del resto de chavales estadounidenses de la generación Z; mucho más acostumbrados a vivir absortos con los ojos pegados a las pantallas que cualquiera de sus mayores. Cuando cumplió los 12 años, después de meses de ... súplicas, consiguió convencer a sus padres de que la permitiesen adentrarse en el mundo de las redes sociales. Aunque, en teoría, no alcanzaba la edad mínima para ello, de acuerdo con las políticas de la mayoría de plataformas, era la última que quedaba por dar el paso dentro de su grupo de amigos. Como tantos otros preadolescentes, decidió arrancar su andadura digital descargando Instagram, pero no pasó mucho antes de que completase la experiencia con Snapchat y Musicall.ly, embrión del gigante conocido hoy como TikTok.
«Cuando entré en estas aplicaciones, descubrí un nuevo mundo que estaba al alcance de mi mano. La sensación fue magnética. Empecé a seguir a todo el mundo, desde Kim Kardashian hasta la cadena de restaurantes Olive Garden», recuerda ahora la joven, que ya suma 19 años y está en su segundo año de universidad, en conversación con ABC.
Aunque, en principio, lo de tener, literalmente, el mundo entero a un 'clic' de distancia resultó fascinante, el idilio duró poco. Unos meses después de empezar a surcar las redes, Lembke ya pasaba entre 5 y 6 horas diarias deslizando el dedo por sus 'feeds'. Consumiendo contenido de forma compulsiva y comparándose con el resto de internautas. Dañando progresivamente su salud mental: «Instagram provocó que acabase valorándome a mí misma en función de los 'likes', comentarios o seguidores que tenía. Comparar estos datos con los que conseguía el resto me terminó provocando problemas de ansiedad y depresión».
La imagen de perfección, proyectada por la mayoría de usuarios que pululan por esta red social, especialmente los 'influencers' con sus filtros y selección de contenidos, tampoco ayudó a mejorar la situación: «Sentía que mi imagen estaba deteriorada. Adopté estándares corporales poco realistas, y eso me llevó a caer en otros problemas de forma eventual, como un trastorno alimentario causado directamente por los algoritmos de estas aplicaciones, que premian aquellas fotos y vídeos que resultan dañinos para los más jóvenes».
A Lembke no se le encendió la bombilla hasta una tarde de verano en la que, con 15 años, después de escuchar una notificación en su 'smartphone', decidió parar y reflexionar sobre la situación. Empezó a informarse sobre los efectos nocivos de las redes sociales, cada vez con más voracidad: «Me di cuenta de que me había convertido en una víctima emocional de estas aplicaciones».
Cerrando sesión
Esta experiencia provocó que Lembke cambiase radicalmente el uso que le había dado hasta entonces a las redes sociales. Limitó su uso a lo imprescindible e intentó comenzar a rehuir el contenido que resulta dañino, principalmente, dejando de seguir a muchas celebridades, algo que, como reconoce, «marcó la diferencia». Más tarde, en 2020, tomó la decisión de crear una asociación destinada a ayudar a todos los jóvenes que quieran a utilizar las redes de forma sana, para que puedan «escapar del ciclo corrosivo de adicción».
Su nombre es Log Off (desconectar, en castellano), un movimiento estudiantil que cuenta con varios recursos formativos en su página web. También con un blog y un podcast en los que varios jóvenes de todo el mundo comparten consejos y experiencias similares a las de Lembke. «Creo que todos los jóvenes deberían desconectar y reflexionar sobre el uso que dan a las redes sociales. Deben preguntarse por qué las utilizan, qué es lo que les hace daño o cómo pueden beneficiarse realmente de ellas, que es el principal objetivo», explica la activista.
Emma Lembke
Esto no pasa, necesariamente, por renunciar a las 'apps' de forma permanente. Simplemente, por hacer uso de ellas de forma inteligente; evitando que causen problemas de salud. Entendiendo, entre otras cosas, que las vidas perfectas no existen. Independientemente de quien esté detrás de la publicación de turno y de los filtros que haya utilizado para embadurnar la realidad: «A día de hoy utilizo 'apps' como HabitLab, que ayudan a reducir el tiempo de conexión, también intento evitarlas durante los exámenes o emplear redes que funcionen de forma más saludable, como BeReal, donde solo puedes subir una foto al día en un momento concreto y no hay filtros», explica Lembke sobre su relación con estas plataformas. También reconoce que suele emplearlas, principalmente, para comunicarse con sus amigos directos y familiares y enviar memes.
De mal en peor
Los problemas de autoestima y salud mental que pueden provocar las redes sociales en los usuarios más vulnerables, los menores, no son ningún secreto para las empresas que hay detrás. Entre ellas, Instagram. Meta, matriz de la herramienta, reconocía en un estudio interno, filtrado junto a tantos otros miles de documentos por la extrabajadora de la empresa Frances Haugen el pasado otoño, que la 'app' fotográfica provoca que el 32% de las adolescentes que se sienten mal con su cuerpo se sientan todavía peor cuando la utilizan. Es decir, la herramienta empeora los problemas de autoestima de tres de cada diez jóvenes. Y Lembke y sus compañeros de organización no son los únicos que son conscientes.
Todos los estudios apuntan que el tiempo que pasan los adolescentes con los ojos pegados a la pantalla se incrementa con el paso de los años. El pasado 2021, la media de uso de Instagram por parte de los menores españoles fue de 100 minutos diarios, o lo que es lo mismo, más de 600 horas anuales, de acuerdo con un informe de Qustodio. Asimismo, un estudio publicado en Nature el pasado marzo por investigadores de la Universidad de Cambridge y de Oxford, en el que participaron 17.000 jóvenes, recogía entre sus conclusiones que cuanto más tiempo pasan en redes sociales las menores de entre 12 y 13 años menos probable es que estén satisfechas con su vida real. En este estudio también se apuntaba que hay dos momentos en los que estas plataformas pueden provocar mayores problemas en la salud mental de los internautas: en torno a los 19 años y en el inicio de la pubertad, como le ocurrió a la creadora de Log Off.
Para capear problemas de adicción y efectos nocivos en la salud mental, aplicaciones como Facebook e Instagram están implementando nuevos controles parentales y funcionalidades destinadas a invitar a los usuarios vulnerables a que se tomen un descanso cuando llevan mucho tiempo navegando por su interior. Sin embargo, a Lembke esto no le parece suficiente: «Los legisladores y los que están en el poder deberían estar trabajando para crear espacios digitales más seguros para los niños. También deberían obligar a las tecnológicas a primar el bienestar de los jóvenes por encima de los beneficios».
«El problema no es que nos vendan, sino que lo hagan sin responsabilidad»
El caso de Lembke no es excepcional. Y eso, Jorge Flores, director de la organización Pantallas Amigas, dedicada a educar sobre los peligros que acechan a los menores en Internet, lo sabe bien. En conversación con este periódico, remarca que, «hay que exigir que las redes sociales tengan una ética y una responsabilidad social adecuadas». Especialmente cuando se sabe bien, como es el caso de Instagram o TikTok, que buena parte de sus usuarios son menores de edad.
«El problema no es que quieran vendernos, el problema es que lo hagan de una forma que no es responsable. Y no hay duda que estas plataformas provocan comportamientos compulsivos», destaca Flores.
El director de Pantallas Amigas valora los controles parentales como algo que puede ayudar a que los más jóvenes «tomen conciencia sobre el uso que le dan a estas aplicaciones». Sin embargo, muestra dudas sobre el hecho de que resuelvan el problema de cuajo, especialmente si hablamos de menores: «Hacen falta mecanismos proactivos. Siempre se puede ir más allá. El siguiente paso debería ser que en el momento que la red social detecta que el usuario puede estar teniendo un problema o abusando del tiempo de uso frene su navegación en seco».
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Flores reconoce el peligro de los contenidos compartidos por algunos usuarios en redes sociales que «no se corresponden con la realidad», pero se reafirma que, en el fondo, el problema se origina en el sobreuso: «Yo puedo estar viendo gente guapa en muchos sitios, pero salgo a la calle y veo de todo. Si me paso el día en las redes sociales, la cosa cambia».