«Me gusta sentirme útil»
«Pero si no cobras y terminas muy cansada, ¿para qué eres voluntaria?», les preguntan sus amigos. Termina el día y la respuesta que los chicos y chicas de la ONG Cooperación Internacional encuentran es: «A mí me compensa porque me pagan con una sonrisa
«No sé explicar qué es lo que siento cuando colaboro con los demás, sólo quiero sentirme útil, me gusta ver que los niños, los ancianos o las personas sin hogar me miran con alegría», explica Alfredo Barandiarán de 24 años, uno de los coordinadores ... del grupo de voluntarios del Centro Hispano-Ecuatoriano de la Comunidad de Madrid que gestiona la organización no gubernamental Cooperación Internacional.
Durante todo el año participa en las distintas iniciativas de la ONG para «mejorar la sociedad a través de una juventud que sea cada vez más solidaria». Los campamentos urbanos de verano son una de estas iniciativas. ABC visitó uno de ellos en el Centro Hispano-Ecuatoriano donde pudo observar el trabajo de voluntariado de estos chicos y chicas.
¿Cual es el aliciente?
Las ganas de ayudar se llevan en la sangre. Eso es lo que afirman todos ellos. «Si miras a tu alrededor y analizas lo que tienes y lo que puedes dar, decides hacer algo por los demás», es el sentir general entre estos jóvenes madrileños, que al finalizar un día de cooperación se sienten remunerados con las sonrisas de los niños.
En realidad «la cooperación no es algo genético -asegura Rocío González de 17 años y voluntaria desde los 13-, cualquiera puede aportar algo si deja de ser egoísta por un momento». Quica, Alfredo, Rocío, Tomás, Pedro o María, tienen entre 17 y 33 años y en su vida siempre ha habido espacio para el ocio, las obligaciones y también, la solidaridad.
María Vega tiene 33 años recuerda que es voluntaria desde los 15 y ahora trabaja como directora de proyectos de la ONG: «¿Qué aliciente encuentro? Cuando uno deja de pensar en yo, yo, yo, y piensas en cómo hacer feliz a quien tienes delante descubres una realidad mucho más amplia y mucho más rica. Aprendes mucho y eres más feliz».
Una felicidad que hay que acotar, y tomarla con responsabilidad. Si una persona está pensando en prestar su ayuda, es muy importante cuidar primero a su propia la familia y los amigos y después dedicar tiempo a los demás.
Según María la gente joven está interesada en «hacer algo, pero no saben cómo», asegura que hoy en día «tendemos erróneamente a identificar la felicidad con la consecución de éxito o bienes materiales» y lo que ocurre es que «no estamos educando a los jóvenes para la vida» explica. «Nuestros adolescentes no carecen de valores, sostiene, muy al contrario, lo que es necesario es que se ponga a trabajar la «inteligencia emocional» de la que disponen, es decir, que alguien les oriente».
Las virtudes no se han perdido. Al menos no en el sustrato juvenil. Los valores en ellos sólo están ocultos, «maquillados por un antifaz de que la felicidad es inmediata», pero cuando los adolescentes se paran a reflexionar y «dejan de pensar en sí mismos», descubren la satisfacción de compartir, concluye Vega.
Salir de la pereza
Y es adictivo; «después de un día en un desayuno solidario o en un campamento con personas que te necesitan, al día siguiente repites seguro», manifiesta Angélica Varaona, Quica. A sus 24 años, es profesora en un instituto de Educación Secundaria (IES) y honestamente matiza que le «desespera pensar en estar dos meses de vacaciones pensando en su ombligo». Desde que tenía 16, ha colaborado con la organización no gubernamental en proyectos de ayuda dentro y fuera de España, ahora como coordinadora de voluntarios, agrega que lo ve como una doble vocación, ayudar a quienes lo necesitan, en este caso los niños, y «orientar a los y las adolescentes a salir de su pereza y animarles a que ayuden».
Valores dirigidos a algo
«La juventud está perdida» es el gran tópico respecto a la población menos madura de nuestra sociedad. Según Pedro Casado, responsable del centro Hispano-Ecuatoriano, «la juventud es la gran desconocida en la sociedad». Porque sólo necesitan oportunidades para desarrollar su sano inconformismo. Sobre todo, «yo echo de menos que las instituciones den valores, es decir, que no se desarrollen actividades de voluntariado por simple buenismo, sino dirigido a algo más», concluye.
A sus 33 años, está muy contento de haber abandonado el ejercicio de la abogacía para dedicarse a la cooperación. «Me considero joven, y no estoy perdido ni desorientado, tengo valores y no ansío el éxito profesional. Soy feliz dedicándome a ésto».
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