La quiebra de las finanzas vaticanas que hereda el Papa León XIV
Un agujero en las arcas que deben sostener los sueldos y las pensiones de sus miles de empleados
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Entre las cuestiones más urgentes que tendrá que afrontar el Papa León XIV, el agujero de las cuentas vaticanas y el peligro de bancarrota estarían en el grupo de las que necesitarán un milagro para ser resueltas. La Santa Sede cuesta cada año ... casi 500 millones de euros. Pero sus ingresos no los cubren y ya llevan tres años seguidos de déficit. Además, el fondo que garantiza las pensiones de sus empleados empieza a vaciarse. El Pontífice deberá atraer muchos donativos o encontrar una nueva fórmula de financiación para evitar recortes de sueldos o de puestos de trabajo.
La cuestión tiene muchas aristas. La Santa Sede tiene un patrimonio de sólo 4.000 millones de euros, comparable a una universidad media de EE.UU. Muchas de sus propiedades inmobiliarias son inalienables, pues son Patrimonio Cultural de la Humanidad. «La basílica de San Pedro es de todos, es el corazón del Cristianismo, por eso no se puede vender ni se paga para visitarla», explica uno de sus responsables. El problema además es que mantenerla tiene un altísimo coste.
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Aparte del problema con los ingresos, los gastos no paran de aumentar. Más de un tercio, 167,5 millones, se van en sueldos y pensiones; otro poco más de un tercio son gastos administrativos para mantener activa la maquinaria; y el resto se esfuma entre donativos que hace el Papa, la depreciación de sus propiedades y gastos financieros. «Los esfuerzos en reducción de gastos no son suficientes debido a la inflación y al aumento de los costes obligatorios de personal», recogía el informe de las finanzas vaticanas de 2023.
Para financiarse, este pequeño país no tiene industrias que le permitan vender productos. Tampoco impone impuestos a sus pocos centenares de ciudadanos. En 2023, un cuarto de sus ingresos procedía de esas inversiones inmobiliarias (tiene 5.000 propiedades, de las que 4.200 en Italia, pero no todas dan beneficios pues el 78% los utiliza el Vaticano como oficinas o alojamientos), otro cuarto, de los derechos de autor de las palabras y escritos del Papa y de servicios como fotografías o vídeos. La mayor partida de ingresos, un 45%, son donativos. El resto, un 13%, eran beneficios de operaciones financieras y aportaciones del Estado Ciudad del Vaticano. Significa que en la práctica, la Santa Sede depende de los caprichosos resultados de sus inversiones en el mercado inmobiliario y financiero, y de la fluctuante generosidad de quienes envían donativos.
La cuestión de que la actividad del Vaticano dependa de donativos es espinosa y fuente de conflictos de interés, pues quienes entregan dinero pueden caer en la tentación de condicionar sus ayudas a que el nuevo Pontífice tome decisiones en un sentido o en otro. Por eso, tradicionalmente el Vaticano considera la autonomía financiera como garantía de la libertad de los Papas.
Hay una rendija de esperanza en este drama. Parece que las cuentas de la Santa Sede relativas a 2024 se van a cerrar con un déficit de 70 millones, en lugar de los 87 millones de euros que se temían. El resultado es menos dramático que en 2023, cuando la diferencia entre gastos e ingresos fue de 83,5 millones o de 2022, cuando fue de 78 millones.
En 2023, el «Óbolo de San Pedro», la colecta anual que se realiza en las Iglesias de todo el mundo para financiar a la Santa Sede, pagó casi un cuarto del presupuesto de la Curia Vaticana, unos 90 millones de euros de los 370 que costó. Entonces las pérdidas fueron cubiertas sobre todo por el APSA, organismo vaticano que actúa como «fondo soberano» y centraliza los alquileres. En 2023 obtuvo un beneficio de 45,9 millones de euros, de los que destinó 37,9 a cubrir los números rojos. También la Santa Sede necesitó ayuda del Ior, el banco del Vaticano, que aportó 13 millones de euros.
Para asegurar la viabilidad del fondo de pensiones, el Papa Francisco lo comisarió en noviembre y lo puso en manos del cardenal Kevin Farrell, a quien dio poderes absolutos para emprender «reformas estructurales», que aún no ha dado a conocer. Sobre la cuantía de este fondo, en 2022, el entonces responsable de la Secretaría de Economía, el español Juan Antonio Guerrero Alves, estimó que ascendía a unos 631 millones de euros. Hace más de diez años, su predecesor, el cardenal australiano George Pell dijo que a medio plazo es insuficiente y que no consentía garantizar las pensiones de la próxima generación.
Ante este panorama, la buena noticia para el Papa León XIV es que Francisco ha podido hacer limpieza en las instituciones vaticanas que manejan dinero: ha purgado el Banco Vaticano de clientes tóxicos y delincuentes que lo usaban para blanquear dinero, ha creado la figura del revisor general, ha reformado la estructura financiera formando una Secretaría para la Economía con amplios poderes, ha retirado los fondos reservados a los departamentos que tenían portafolio, ha unificado la gestión de las inversiones y ha dado transparencia a las licitaciones de obras públicas. En marzo, mientras estaba en el hospital instituyó un nuevo organismo para buscar fondos a través de «campañas entre los fieles, Conferencias Episcopales y otros posibles benefactores».
No todos tienen conciencia de que se pasa por época de vacas flacas y hay que apretarse el cinturón. En enero, el cardenal Reinhard Marx, coordinador de la Secretaría para la Economía, se vio obligado a devolver los presupuestos de este año a los 150 organismos de la Santa Sede con la orden de que los revisaran a la baja. Lo hicieron y en marzo pudieron ser definitivamente aprobados. Veremos si al Papa León XIV le salen las cuentas.
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