Las mujeres que mandan en la Iglesia española

Son mayoría en las parroquias, pero su implicación y labor silenciosa no siempre es reconocida

En las diócesis y la Conferencia Episcopal comienzan a ser una minoría eficiente

Raquel Pérez Sanjuán es la mujer con mayor responsabilidad en la Conferencia Episcopal, dirige el secretariado para la Educación y Cultura ABC

Charo Mendo es la máxima responsable de la parroquia de Guaza de Campos, un pueblo palentino de apenas sesenta habitantes. Se encarga de su limpieza, de abrirla y prepararla para cada celebración, de la catequesis de primera comunión y confirmación cuando hay candidatos, de Cáritas, y, en contacto con el párroco, de toda la parte administrativa. Hace años que el cura ya no vive en el pueblo. Reside en Palencia y es el responsable de una unidad pastoral, una solución que agrupa a varias parroquias.

Charo también colabora con esa unidad. Cada domingo, ayuda en la preparación y participa en varias misas en tres pueblos diferentes. Apoya al coro, hace las lecturas, cuelga los carteles de las campañas pastorales, recoge las ofrendas, asiste al sacerdote en el altar... También está autorizada por el obispo para presidir las celebraciones de la palabra en ausencia de presbítero y, en algunas ocasiones, cuando al párroco le es imposible acudir, ha sido ella quien le ha sustituido en la ceremonia del domingo, predicando la homilía y repartiendo la comunión.

La de Charo, es la realidad de muchas mujeres en la Iglesia española. No sólo son mayoría en las misas dominicales y en cada una de sus actividades, sino que se hacen imprescindibles para que la Iglesia católica siga viva y presente en buena parte de las parroquias de nuestro país.

De hecho, la función de la mujer en la Iglesia ha sido una de las discusiones más recurrentes en los 14.000 grupos de trabajo que han preparado el Sínodo de la sinodalidad en España. En el documento final, enviado al Vaticano, se habla de la necesidad de «repensar el papel de las mujeres en la Iglesia». «Están desempeñando un papel fundamental en el día a día de la comunidad eclesial y deben poder asumirlo igualmente en los lugares y espacios en los que se toman las decisiones», añade.

Esa es, precisamente, una de las quejas de Charo y de buena parte de las mujeres implicadas en las parroquias españolas. Sin ellas, los templos no podrían abrir sus puertas pero a la hora de tomar decisiones importantes siguen siendo ninguneadas. «Nos valoran, lo que decimos se suele tener en cuenta, pero cuando hablamos de temas económicos se prioriza la perspectiva de los hombres», explica Mendo. «Si hay un gasto importante, o una obra, nos miran como si no fuéramos capaces de hablar con los albañiles. Ahí todavía se percibe el machismo», añade.

«Nos valoran, pero cuando hablamos de temas económicos se prioriza la perspectiva de los hombres»

Charo Mendo

Parroquia de Guaza de Campos

Una idea que comparte Natividad de la Parte de los Ríos, de Herrera de Pisuerga, para quien «la mujer está infravalorada dentro de la Iglesia». Está muy implicada en su parroquia y hace poco ha percibido un cambio cuando el obispo de Palencia le ha pedido que se integre en un grupo de trabajo que «se va a encargar de reflexionar y visualizar las líneas de por donde va a ir la diócesis».

Pero es consciente de que «en las parroquias, las únicas que se implican y están son las mujeres, las que sacan adelante las tareas, pero luego, a la hora de la verdad, han asumido un papel de acompañar y no tanto de decidir». «Las mujeres deberíamos tener más potestad para decidir cosas, un mayor acompañamiento en la comunión, decisión sobre qué temas trabajar y al organizar y participar más en la eucaristía», explica, a la par que lamenta que «en muchos sitios todavía todo tiene que cribarse a través del párroco».

Coincide de nuevo con el Sínodo, que reconocía que «el papel de la mujer en la Iglesia» era el tema que había tenido una mayor resonancia en el proceso, pero reclamaba como «imprescindible su presencia en los órganos de responsabilidad y decisión». Una petición que no parece haberse hecho realidad en los templos españoles.

Si en las parroquias las mujeres son una mayoría comprometida pero silenciosa, cuando escalamos a un nivel superior, el diocesano, la situación cambia ligeramente. En un entorno copado todavía por sacerdotes, y en el que los laicos son minoría, el número de mujeres es mucho más reducido, pero paradójicamente aumenta su implicación en la toma de decisiones.

Las que están —pocas— «tienen mando en plaza». Como muestra, el caso de Burgos, donde en julio el arzobispo anunciaba el nombramiento de María de la O Rilova como ecónoma de la diócesis. Se convertía en la quinta mujer que se encarga de las finanzas en una diócesis española.

Carmen Lobato, responsable de las finanzas en Cádiz, es una de las cinco ecónomas en las 70 diócesis españolas ABC

Cinco mujeres en un total de 70 diócesis. Aunque es habitual encontrarlas —la mayoría religiosas— comandando una delegación diocesana o la comunicación, es mucho más extraño verlas en los «órganos de responsabilidad y decisión» como reclama el Sínodo.

Carmen Lobato, en Cádiz, es una excepción. Cuando entró a trabajar en el obispado en 2012 nunca pudo imaginar que en 2020 acabaría asumiendo las finanzas. «Para mí fue una sorpresa», explica. «Me lo tomé como un honor y, a la vez, como una gran responsabilidad porque me estaban entregando las llaves de la casa», añade

Lobato entiende que en Cádiz «no existe un techo de cristal para las mujeres» y como prueba pone su propio ejemplo. «Entré como abogada, me han conocido, me han visto trabajar y ahora soy la ecónoma». También explica que esa circunstancia, aunque parezca excepcional, siempre ha existido en la Iglesia. «Si lo piensas en retrospectiva, hace unos siglos la mujer no podía administrar nada en la vida civil, pero en la Iglesia había abadesas que dentro del convento tenían un poder parecido al de los obispos».

María Teresa Marcos es canciller de la diócesis de Plasencia. Es la única en España. Su firma es necesaria junto a la del obispo en cualquier acto jurídico. ABC

Más sorprendente fue para María Teresa Marcos su nombramiento como Canciller secretaria en la diócesis de Plasencia. Es de Salamanca y especialista en Derecho Canónico. En junio del año pasado recibió una llamada del entonces obispo de Plasencia, José Luis Retama, preguntándole si podía reunirse con él. «Pensé que sería para alguna consulta sobre nulidad, pero en realidad me propuso que fuera la canciller», recuerda Marcos.

Ser canciller implica el tercer puesto en la jerarquía de una diócesis, tras el obispo y el vicario general. «No es muy normal que una mujer joven y laica sea canciller», explica. Según el derecho canónico, su firma es preceptiva junto a la del obispo para que acto jurídico tenga validez.

Además, dirige los archivos de la diócesis, y actúa como notario en los procedimientos de la curia. Unas funciones en las que, reconoce, «en ningún momento me han puesto pegas por ser mujer». «Cada vez, la mujer tiene una mayor presencia en la Iglesia y ya está normalizando que ocupemos puestos como estos, en los que hay que buscar gente que esté preparada, con independencia de que sea hombre o mujer», añade.

Si avanzamos un nivel más, hasta la Conferencia Episcopal, puede que la primera imagen que nos venga a la cabeza sea la de asamblea plenaria, llena de trajes negros, clerigman y cruces pectorales, pero se trata de otro espacio eclesial en el que las incursiones de las mujeres están rompiendo fronteras. Son mayoría en las oficinas, aunque minoría en los puestos de responsabilidad.

Raquel Pérez Sanjuán es la mujer con mayor responsabilidad dentro de la Conferencia, como directora del Secretariado de la Comisión para la Educación y Cultura. Además, su nombre es uno de los que suena, junto al de algunos obispos y sacerdotes, como posible secretaria general, para sustituir a Luis Argüello, que ha sido nombrado arzobispo de Valladolid. De ser así, podrían cambiar los rostros de aquella foto.

Una posibilidad que los analistas ven muy remota en la Iglesia española, pero que ya es una realidad desde hace un tiempo en otras conferencias episcopales, como la escandinava y la alemana. «Es muy difícil que se pueda concretar, pero el solo hecho de que se haya planteado hace pensar que a los obispos españoles les comienzan a sonar las indicaciones del Papa Francisco», comenta una periodista especializada en información religiosa.

Ajena a las quinielas, Pérez Sanjuán interpreta su responsabilidad como una consecuencia lógica de la «asunción de responsabilidades por el laicado». Además, valora que la mujer «ya está plenamente incorporada en ámbitos como el académico o en las curias diocesanas» pero podría incrementarse su presencia «en instituciones eclesiales, la curia romana o como legados pontificios, pues en sí, las tareas de representación, no tienen porque ir necesariamente unidas al ministerio ordenado».

En un despacho cercano al de Pérez, Ester Marín es la directora de la oficina de Transparencia y rendición de cuentas de la CEE. Para ella, acceder a esta responsabilidad le hace sentirse «parte de un cambio que se va dando naturalmente en la Iglesia». Para ella, «la visión que aporta la mujer en la Iglesia es muy necesaria, en cualquier trabajo que realice».

Marifrán Sánchez también trabaja en la Conferencia Episcopal como responsable de la oficina de Migraciones. Reconoce un cambio, aunque con algunas reticencias. «Es indudable que va habiendo más presencia femenina, concretamente laica, en las estructuras diocesanas y de la propia conferencia episcopal, pero supone un porcentaje muy pequeño todavía». «Los lugares donde se toman las grandes decisiones corresponden todavía a sacerdotes y obispos. Mientras sea condición necesaria para participar, las mujeres tendremos pocas posibilidades», añade.

Mayoría, eficiente pero silenciosa, en las parroquias. Minoría, eficaz pero insuficiente, en puestos de responsabilidad de diócesis y Conferencia Episcopal. Las mujeres en la Iglesia española siguen muy lejos de incorporarse a «los procesos de decisión», como pide el Papa Francisco y recogía el documento del Sínodo. Palabras que, de momento, expresan más un deseo que una realidad.

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