Luis Argüello reivindica el diálogo: «Ni soy el rojo de los 70 ni el facha del siglo XXI»
En un coloquio con el presidente de la Generalitat catalana, el arzobispo de Valladolid, señala que «la polarización no viene del cielo, es una estrategia»
Salvador Illa defiende «el derecho de la religión a participar en la vida pública» y que la aconfesionalidad no implica «recluirla a lo privado»
Luis Argüello: «La salida a este bloqueo institucional es dar voz a los ciudadanos»
Madrid
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Iniciar sesiónEn un tiempo polarización el diálogo es posible. El presidente de la Generalitat de Cataluña, Salvador Illa, y el arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal, Luis Argüello, lo han demostrado este miércoles en el sosegado coloquio que han protagonizado en la sede ... de la Fundación Pablo VI, en Madrid. Un «diálogo real» que haga posible hacer frente a la polarización política y social. Y como paradigma, la anécdota que ha recordado el propio presidente de los obispos, en una crítica a esta divergencia que se vive incluso entre la prensa religiosa: «Hoy me he hecho una foto con Salvador Illa y hace unos meses, en este mismo lugar, con Santiago Abascal, y no me avergüenzo de ninguna de las dos. Aunque los medios de un lado y del otro aprovechen para decir que ha resurgido el rojo de los años 70 o el facha del siglo XXI».
«El diálogo es necesario», ha abierto Illa, consciente de que la frase podía sonar a obviedad en momento en que, sin embargo, la expresión parece cada vez más arrinconada. «De entrada, dialogar con otra persona implica reconocerla. Si tiene opiniones distintas, es reconocer que también tiene otras formas de ver el mundo. Es clave la capacidad de escuchar, de ponerte en el lugar del otro y tratar de entender sus razones. Si se hace así, es enriquecedor. A veces se consiguen acuerdos y a veces no, pero es el primer paso para intentar encontrar un espacio común de convivencia».
Argüello ha recogido el testigo con una reflexión de mayor calado histórico. Recordó que Pablo VI, hoy santo, abrió el posconcilio con un texto «considerado programático» sobre el diálogo, en un tiempo en que la Iglesia vivía «su particular transición» con el Vaticano II. Y, mirando al presente, dejó claro que la pedagogía del diálogo pasa por «no demonizar a aquel con quien quiero dialogar». «Las dificultades de la vida política española vienen de demonizarnos unos a otros, de decir: 'con estos no se puede hablar'. Hay que nombrar en qué estamos de acuerdo y atrevernos también a nombrar en qué estamos en desacuerdo. La superación de la dialéctica de los contrarios no es fácil; a veces pide la participación de un tercero. Y si ese tercero es alguien doliente, aún mejor».
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El arzobispo ha ido más allá y ha abordado el debate que viene agrietando el clima político: «La polarización no viene como una lluvia inesperada del cielo; es una estrategia y cada uno tiene que saber el papel que juega en ella». Y también ha querido matizar que distinto de la polarización es la polaridad. «Otra cosa es la polaridad, que es constitutiva de la condición humana: cuerpo y espíritu, varón y mujer, sujeto y pueblo, fines y medios… Negar esas polaridades antropológicas básicas nos lleva a graves errores».
Illa, desde un plano más práctico, ha advertido que el espacio público se ha roto. «En la plaza nos encontramos todos; hoy en día hemos fragmentado la sociedad y ya no hay espacio público. Uno se relaciona solo con los que piensan igual. Las redes sociales han fragmentado también. Lo bueno es el contraste, porque es sano, estimula, obliga a investigar más. Es bueno que haya ese contraste, pero sin pasar los límites. Hay que tener un espacio compartido, en Cataluña, en España y en Europa». Lejos de buscar un «término medio», ha aclarado después Argüello, la clave está en «buscar puntos de apoyo» que permitan avanzar.
La democracia y sus límites
El diálogo ha derivado pronto hacia el sentido último de la democracia. Illa citó a Pericles: «La definición más sugerente es la que dice que no todo el mundo es capaz de gobernar, pero todo el mundo es capaz de juzgar la actuación de un gobernante». Y ha surayado que en democracia no se trata de «negar ni expulsar» a quienes piensan diferente.
Argüello, por su parte, ha puesto sobre la mesa como clave para esta relación una de las frases más repetidas del Evangelio: «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». A su juicio, seguimos siendo «aprendices de una relación nueva entre Iglesia y sociedad civil». Y añadió una reflexión de fondo: «La democracia se ha desarrollado al mismo tiempo que el capitalismo, con su elogio de la excitación de la demanda y las prácticas materialistas. Pero el Estado no es Dios. La idolatría del poder forma parte de nuestra época, y las grandes tradiciones religiosas pueden aportar la auctoritas que la democracia no es capaz de darse a sí misma».
Religión en la vida pública
Illa coincidió al afirmar que la religión «tiene derecho a participar en la vida pública». Y matizó: «No interpreto la aconfesionalidad del Estado español como un recluir la religión en lo privado. El constantinismo que denuncia el Papa Francisco no ha sido positivo para nadie. Pero hay contribuciones positivas de las religiones al espacio público».
El arzobispo, fiel a ese estilo de promover el pensamiento, ha vuelto a introducir un matiz inquietante: «Hay quien, tras ganar unas elecciones con mayoría, actúa como si eso lo legitimara para imponer una dictadura de la mayoría. Estamos llamados a una reflexión. ¿Qué significa la democracia en tiempos de inteligencia artificial y globalización?».
En ese punto, el debate ha girado hacia la Doctrina Social de la Iglesia y el desafío de las migraciones. Argüello ha recordado que también los católicos en esta situación se mueven en dos polaridades, el bien común y la dignidad humana. «El bien común nos dice que nuestras sociedades han de regular los flujos demográficos», ha señalado Argüello, sin olvidar que tampoco debe olvidarse la dignidad humana de quienes se ven obligados a emigrar. Illa ha replicado que acoger e integrar «no solo no pone en riesgo nuestra identidad, sino que la enriquece». Y ha añadido que: «la integración requiere esfuerzo de todos. Solidaridad e identidad nacional no se enfrentan. En Cataluña, la lengua es lo más plástico de la identidad, y me duele que propuestas catalanas sean despreciadas más por su origen que por su contenido».
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