Ucrania, el drama y la fe
«Me sorprendió también cómo la fe y la pertenencia concreta a la Iglesia les permite atravesar esta durísima circunstancia sin perder la esperanza»
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Madrid
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Iniciar sesiónLas noticias sobre la invasión de Ucrania nos resultan cada vez más cansinas y alejadas. Sucede en toda la Europa occidental. Cada vez nos cuesta más sintonizar con la lucha de un pueblo por su libertad, con su extraña resistencia que llega a ... incomodarnos y que tanto tiene que ver con su experiencia de fe. Hace un par de semanas me encontré con tres amigas ucranianas que salieron de Jarkov al comienzo de la guerra. Allí han dejado sus familias, sus hogares y sus recuerdos, pero todo lo que sucede en su patria está muy presente en su vida actual, que es un desafío a la esperanza.
Cuando hablé con ellas se había intensificado la ofensiva rusa contra la segunda ciudad del país: todos los días se producen ataques con drones y cohetes que provocan numerosos muertos y heridos, e incrementan la destrucción en una ciudad que, antes de la invasión, contaba con dos millones de habitantes, y donde ahora sólo permanece un millón, la mitad de ellos refugiados de otros lugares. Mis amigas no ocultaban su dolor y también su temor a que el cansancio haga mella entre nosotros, los europeos, y a que dejemos de entender su lucha por la libertad y por su propia existencia como nación. Me sorprendió también cómo la fe y la pertenencia concreta a la Iglesia les permite atravesar esta durísima circunstancia sin perder la esperanza.
De todo eso ha hablado en una entrevista con la agencia Vatican News el joven obispo de rito latino de Jarkov, Pavlo Honcharuk. Explica que la situación se está volviendo muy crítica en su ciudad, y que para muchos de sus habitantes se plantea de nuevo la posibilidad de salir, aunque para todos «el hogar sigue siendo el hogar«. Reconoce que hay mucho cansancio, pero tratan de resistir porque saben lo que está sucediendo en los territorios ocupados por los rusos. «No queremos la guerra, luchamos por nuestro derecho a vivir en un país libre, no como esclavos», e insiste (con toda la Tradición de la Iglesia) en que no puede haber paz si no está basada en la verdad y en la justicia.
En Jarkov no quedan muchos católicos, pero el obispo Pavlo ha decidido quedarse en la ciudad. Ha dado libertad a sus sacerdotes para que se marchen o permanezcan, según las circunstancias aconsejen, pero él se quedará mientras su pueblo siga allí: «si tengo que salir, lo haré con el último grupo», afirma. La ciudad, antes tan hermosa, «parece una herida abierta… pero la fe se ha vuelto más sólida, gracias a ella entiendo quién soy, hacia dónde voy y cuál es mi meta, me da fuerza para seguir adelante». Pienso en mis amigas, que desde Italia mantienen contacto con su obispo, y comprendo que debemos trabajar y orar por una paz cimentada sobre la verdad y la justicia. Y agradezco su testimonio de una fe viva que permite estar ante el drama sin volverse cínicos ni desesperados.
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