Se buscan árboles resistentes al calor
Científicos forestales rastrean los bosques de Centroeuropa en busca de ejemplares que puedan transmitir sus capacidades genéticas
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Corresponsal en Berlín
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Iniciar sesiónUna sencilla ruta a través de los bosques de Brandemburgo basta para comprobarlo de primera mano. Árboles que han perdido buena parte de su copa, despoblada de hojas o de agujas, troncos derribados sobre sus vecinos o vaciados por el escarabajo de la ... corteza. Alemania perdió medio millón de hectáreas de bosque entre 2018 y 2021, el doble de la superficie del Sarre, según demostraron las imágenes satelitales del Centro Aeroespacial alemán, sobre todo en los estados de Renania del Norte-Westfalia, Hesse y Sajonia. Y los dos últimos veranos, todavía por cuantificar, han sido todavía más devastadores.
«Si conduces a través de Westerwald, de Sauerwald o de Siegerwald, a través de los montes Harz o de los bosques de Turingia o Franconia, ves laderas, valles enteros antes poblados de bosque, ahora más o menos libres de árboles«, describe Jürgen Bauhus, profesor de Silvicultura de la Universiad de Friburgo y asesor principal del gobierno alemán para la política forestal.
En los trabajos de reforestación, se está optando por arces, manzanos silvestres y carpes en lugar de abetos, por ser especies mejor adaptadas a la escasez de agua. Pero algunos especialistas buscan la manera de proteger los bosques sin modificar la población de especies, sino ayudando a la evolución natural de las poblaciones ya presentes en el ecosistema. Creen que, dándole un empujoncito a la teoría de Darwin, se pueden salvar muchas hectáreas de bosque.
Científicos forestales rastrean actualmente los bosques de Centroeuropa en busca de árboles que hayan mostrado en los últimos veranos una especial tolerancia al calor y a la sequía. Una vez localizados los individuos mejor adaptados, se buscará su multiplicación para que las nuevas remesas hereden su capacidad genética. Gracias al proyecto ACORN, financiado entre otros por la UE y el fondo científico FWF, un equipo internacional dirigido por la Universidad de Recursos Naturales y Ciencias de la Vida de Viena está llevando a cabo esa labor detectivesca. Participan investigadores de Austria, Alemania, Suiza, Grecia y Turquía, bajo la dirección de Charalambos Neophytou, del Instituto de Investigación Forestal de Baden-Württemberg.
Adaptaciones en el genoma
La idea básica es repoblar las zonas con mayor escasez de agua sólo con aquellos árboles de una especie que haya demostrado que consigue sobrevivir a largos periodos de sequía. Estas adaptaciones se reflejan en el genoma y se transmiten a la descendencia. Los robles se consideran especialmente prometedores, con más de 500 especies en todo el mundo, más de 30 de ellas en Europa. Entre las especies europeas, los robles inglés, albar y pubescens (Quercus robur, Qu. petraea, Qu. pubescens) son las más comunes y las que tienen mayor área de distribución. Prosperan tanto en lugares bien regados como en lugares muy secos. Entre ellos buscan a los indivíduos que hayan sufrido menos con las últimas olas de calor.
La idea de tal «flujo genético asistido» existe desde hace casi dos décadas, pero hasta el momento apenas se había puesto en práctica. En busca de los indivíduos elegidos, los investigadores de ACORN han examinado hasta ahora 123 poblaciones en Europa central y sudoriental y han tomado muestras de ADN de más de 3.000 árboles que están siendo ahora analizadas. En el trabajo de campo, se seleccionaron también 60 pares de poblaciones de robles separados entre sí a no más de diez kilómetros y que crecen en condiciones de humedad muy diferentes para examinar sus diferencias genéticas, uno de ellos en los Bosques de Viena, en Leopoldsberg. La información permitirá utilizar para la reproducción las bellotas que proporcionen árboles más resistentes.
Según las previsiones climáticas para finales de siglo, el roble tendría que desplazarse entre 200 y 500 kilómetros al norte para seguir creciendo en las condiciones necesarias, cuando se necesitan cien años para que su aparición avance cien kilómetros de forma natural. Las bellotas seleccionadas podrían conservar los robles en las regiones de las que han sido parte del paisaje durante miles de años. Las primeras han sido ya plantadas en áreas de prueba en Viena, Zurich y Ankara. Neophytou advierte, que «se puede suponer que estos árboles también deben cumplir otras exigencias además de la resistencia al calor». Esto significa que plántulas de orígenes muy diferentes crecen en las mismas condiciones ambientales. Su desarrollo debería proporcionar información sobre hasta qué punto determinadas características genéticas están fijadas o son causadas por el medio ambiente. Una de estas características es el punto en el que los árboles desarrollan nuevos brotes turcos.
«Queremos comprobar si, por ejemplo, los descendientes del roble turco de Viena brotan tan pronto como sus padres en casa o al mismo tiempo que los árboles locales», explica Neophytou. Un brote más temprano sugeriría que el evento está genéticamente anclado, mientras que al mismo tiempo sería una indicación de que factores ambientales, como la duración del día, son el desencadenante, independientemente del genotipo.
Al final del proyecto, que se extenderá hasta 2024, se harán recomendaciones sobre qué robles son más adecuados para qué zonas ante el cambio climático. El Instituto Federal suizo de Investigación Forestal, de la Nieve y del Paisaje, ha demostrado por su pare que, para hacer frente a las temperaturas más altas, los árboles también deben ser más resistentes a las heladas, debido a que las plantas brotan cada vez más temprano. En el curso de la evolución, se ha establecido un momento óptimo para la brotación de las hojas para cada especie, pero el rápido cambio del clima ha convertido en una empresa arriesgada para los árboles de hoja caduca atrapar el momento adecuado para la brotación de las hojas.
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«Si los árboles son demasiado tempranos, toda su inversión puede ser víctima de una sola helada. Si tardan demasiado, es posible que los recursos escasos, como el agua, los minerales y la luz, ya hayan sido consumidos por las plantas vecinas competidoras», explica Frederik Baumgarten, que ha titulado su estudio «No risk, no fun».
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