Un año después de los fuegos en sierra de la Culebra y Losacio que carbonizaron Zamora: «Seguimos quemados»
La hierba crece tímidamente tras los dos grandes incendios que quemaron en total 56.000 hectáreas
Los vecinos recuerdan el horror: «Seguimos quemados; ver el monte pelado es desolador»
La sierra de la Culebra, de nuevo escenario mortal de los fuegos
Escober de Tábara (Zamora)
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónSólo el reptar de una gran máquina rompe el silencio junto a la carretera. Un campo sin árboles vivos no es hogar para pájaros. Por eso, la gran procesadora avanza despacito en un crujir de piñas, se para, resopla, levanta un gran tronco ... negro con ligereza –como si fuera una margarita– y lo escamocha con la facilidad con la que cualquiera deshojaría esta flor. Lo limpia, lo corta: a la pila. Otra máquina lo colocará luego en el camión, rumbo a un lugar en el que se deshagan de su corteza calcinada y vendan la leña que le queda dentro.
Ha pasado un año del incendio de Losacio, un mes más del que se cebó con sierra de la Culebra, y esa parte de Zamora –56.000 hectáreas devoradas entre ambos fuegos– ha reverdecido. Sin embargo, es una tierra de hierba, matorral y supervivencia entre cicatrices de brasa, tocones y árboles muertos que esperan a que vengan por ellos. O la podredumbre, lo que antes llegue. «No dan ganas de plantar de nuevo», reconoce José Pedrero, que concreta su lamento: «Estos son unos pinos de 60 años por los que ahora lo mismo dan 2.000 euros; mira qué rendimiento».
Dueño de algo más de una hectárea en tierras de Tábara, observa cómo progresan los trabajos y explica que es más difícil para los pequeños propietarios conseguir que la maquinaria se mueva a sus tierras, porque a las empresas les interesan mucho más las grandes extensiones comunales. Para colmo, sus tratos con el maderista corren cada vez más prisa. «No podemos esperar a ver si sube el precio de la madera, será lo que quieran darme», dice y se encoge de hombros resignado.
Tudanca vuelve a la Sierra de la Culebra para 'avivar' los fuegos de 2022
ABCCritica que la Junta siga sin un dispositivo «digno» contra los incendios un año después
También hay un vacío en el monte si se mira desde Litos. «Muchos de los pinos que se quemaron los sembré yo cuando no llegaba a los veinte», afirma Evangelina Villarejo. Hace un año, la anciana compraba en la pescadería ambulante, recién llegada de la segunda evacuación del verano, como otros tantos vecinos en una treintena de pueblos. Fue una de las paisanas que contaba entonces que, con las prisas, dejaron «hasta las camas sin hacer». Hoy, ya sin el susto en el cuerpo, vive la tristeza con pragmatismo. «Seguimos quemados», resume. «Vas por los sitios y da pena». «Tenían que haberlo limpiado antes, darle trabajo a la gente, porque el monte estaba asqueroso», explica, en referencia a la falta de desbroce.
Mientras el Mediterráneo arde, en Zamora ha pasado el tiempo suficiente para que vuelvan a brotar el brezo o la jara, y las lluvias han lavado las cenizas de ese 5 por ciento de la provincia quemado, que ocupa tanto como el parque de Doñana. Es el principio de una recuperación que también exigirá años a sus habitantes, pues ha pasado solamente el tiempo justo para que los vecinos pongan palabras a su dolor.
«Para recordar algo, tienes que haberlo olvidado, y yo no lo he hecho. Aquí, vayas adonde vayas, está el incendio», opina Francisca Gutiérrez del Río. «Pensé que no ver los árboles quemados sería mejor, pero no, el monte pelado es desolador, no reconoces lo que ves», indica. Esta concejal de Tábara se acercó al puesto de mando avanzado de la UME el día que lo visitó la ministra de Defensa, Margarita Robles, que se disculpó ante sus lágrimas. Pero su duelo no ha terminado. «Todavía me siento muy triste cada vez que hablo del tema, claro que todo se regenera, pero hace falta tiempo», insiste. «Sólo un año» atrás, se vio defendiendo las naves de su hermano, por lo que reclama aprender de la experiencia y respaldo institucional. «Ante una catástrofe de estas dimensiones, hace falta cercanía para no tener sensación de abandono», señala.
Después
Antes
Y eso que los zamoranos tienen recetas caseras contra el olvido. En Escober de Tábara, los maestros jubilados Isabel Martínez y Domingo Ferreras vuelven a abrir las puertas de su casa. Junto a la ventana, hay ahora un «recuerdo lúgubre», una estatuilla que han ensamblado con madera de encina renegrida, en forma de ciervo. Domingo terminó aquel libro en el que ha documentado la flora de su amado monte con fotos y descripciones, y también el desastre. «¡Qué noche más larga! [...] A la mañana siguiente, regresamos al pueblo, la sierra seguía ardiendo», escribió a finales de julio de 2022. Había empezado su recopilación en junio, cuando el fuego de la Sierra de la Culebra indultó a su pueblo; la finalizó después de que el de Losacio le quemase los costados.
Espera que la montaña sea un «ave fénix» que recupere «la vida y la alegría», pero su libro no omite fotos de los perros de Demetrio en vida, que acabaron achicharrados; o de las colmenas perdidas de Laura, que lucha por recuperar su negocio de miel. Al final, recortes sobre la muerte de su amigo Victoriano, uno de los pastores de Escober, asfixiado por el humo junto a sus ovejas. «Después del incendio, el perro de Victoriano iba al lugar en el que él siempre se ponía con sus ovejas, y al no ver a su dueño, se quedaba allí, aullando», cuenta Isabel. «Valeriano le llevaba alimentos, pero no comía, ni conseguían llevarle para casa. Se quedó allí hasta que murió de pena».
Precisamente Valeriano –el hermano del pastor fallecido– con la pérdida tan reciente, dejó aquellos días las palabras en boca de su esposa Oliva, que ahora resalta que ve «una desolación» pero que «ya no todo negro». Mientras pela vainas de fréjoles, advierte de que su marido todavía «se pone mal» si tiene que recordar la noche en la que buscó a su hermano mayor «sin ayuda» porque los propios brigadistas acababan de perder a uno de los suyos. Él llega y no duda en mostrar su enfado: «Si no es por los vecinos, este pueblo se quema, los aviones llegaron al día siguiente», refunfuña.
Después
Antes
Una herida «impagable»
Aunque en su día vio al ministro de Interior, Fernando Grande-Marlaska, y dice que le prometió que tendría «todo lo que haga falta», asegura que sólo le han pagado «las ovejas que murieron» o «cuatro sacos de pienso», y ni siquiera las moribundas, que cayeron en días posteriores o que fueron sacrificadas por la gravedad de su estado. «Quiero que lo pongas, porque la gente está convencida de que esto está solucionado, pero no, y al que tiene una herida así no le van a poder pagar nunca», zanja Valeriano, con fiereza.
«Yo que siempre andaba por la sierra, allí, hacia Sesnández, no me he atrevido a subir», reconoce un emocionado Domingo. Su vecino Pedro Morán, muy aficionado a la bicicleta, sí que ha dado ese paso. «Veía a los corzos negros y venía como el alquitrán», cuenta. Juntos se asoman al final de Escober: la sombra de los grandes chopos luce ahora despejada y ha dejado espacio al pasto. Y junto a la verja descansa un vehículo del operativo forestal, que trabaja a golpe de cuadrillas para rehabilitar el monte a base de charcas, albarradas y control de plagas. Los dos hombres vuelven hablando de su infancia. Cuando eran pequeños, trescientas vacas y en torno a tres mil ovejas se ocupaban del desbroce. Ahora, las rumiantes 'bomberas' no darían abasto: quedan catorce vacas y las ovejas «no llegan a cien».
«La Junta es impresentable»
Por eso, las labores de prevención de incendios se antojan indispensables, aunque entre los parroquianos del bar de Ferreras de Abajo, un año más tarde, cunde el desánimo. «La Junta es impresentable», critican un par de brigadistas. No dan sus nombres por la dureza de su valoración, pero dicen haber pasado meses ocupados en «poca cosa» para tener un verano de mucho trabajo. «Este año nos dejan desbrozar y nunca nos han dejado usar maquinaria con más de 30 grados», se quejan.
En Melgar de Tera, Paquita y su marido vieron estallar en llamas un pinar cercano. Un segundo bosquecillo, justo a los pies de su huerta, amenazó su casa, salvada con ayuda de amigos y vecinos. «Ver venir el fuego a aquella velocidad era sobrecogedor, pasamos una semana soñando con las llamas», rememora. Pero en el valle del Tera dominan los regadíos. Ese par de pinares deben ser de un particular al que no le merece la pena retirarlos. O que de momento no ha podido, no lo saben. Una fila de bomberos desfiló junto a la casa cuando la zona ya había ardido. «¿Ahora para qué?», cuenta Paquita que les increpó.
Pero el año de perspectiva hace que quieran mirar hacia delante: «Aquello pasó, esto está igual y lo que queda es tomar conciencia para evitar que vuelva a ocurrir». Después de todo, los zamoranos expresan su pena, pero están lejos de tumbarse a morir junto al bosque herido. Casi podrían recordar lo que reclamó un poeta de la tierra, León Felipe: «El llanto es nuestro y la tragedia también [...] Se ha muerto un pueblo, pero no se ha muerto el hombre. Porque aún está aquí el llanto, el hombre está aquí en pie».
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete