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Santiago Martín

Un viaje a la periferia

El éxito del viaje lo atestiguan los miles de católicos que han visto de cerca al vicario de Cristo y han experimentado su amor

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La visita del Papa a Myanmar y Bangladesh, que hoy concluye, ha estado marcada por la situación de la etnia rohingya . Reprimida brutalmente en la antigua Birmania, los que se han logrado salvar atestan ahora los campos de refugiados en el ex Paquistán oriental. El hecho de que sean musulmanes quizá ha sido la causa de su expulsión de Myanmar, de mayoría budista, pero no por eso son bienvenidos en Bangladesh, de mayoría musulmana. Han criticado al Papa -curiosamente, los que le suelen defender- que no se haya atrevido a citar por su nombre a los rohingya mientras estuvo en Birmania y que aceptara el significativo cambio de protocolo saludando primero al jefe del ejército antes que al presidente o a la premio Nobel Suu Kyi. Las acusaciones han sido tan duras, que el portavoz vaticano, Greg Burke, se ha permitido hacer una velada crítica a la diplomacia vaticana y ha defendido al Pontífice afirmando que no ha perdido su «autoridad moral» y que «no se puede esperar que la gente resuelva problemas imposibles».

Quizá toda la confusión se debe a un mal enfoque inicial del viaje. El Papa es, ante todo, el pastor supremo de la Iglesia católica. Cuando viaja va siempre a visitar a los católicos, a animarles en su fe y a sostenerles en sus luchas . Lo demás es secundario, por importante que sea. Aunque el Papa sea un jefe de Estado y como tal sea recibido en las naciones que visita, su principal misión es pastoral. Si se habían creado expectativas de que el Santo Padre iba a ir a Myanmar a «cantarle las cuarenta» en su cara al militar responsable de la represión y, al no ocurrir así, se ha producido frustración, la culpa no es del Papa ni de la diplomacia vaticana, sino de quienes crearon esas absurdas expectativas. Además, ya ha sido mucho lo conseguido a favor de los rohingyas gracias al Papa, pues la atención mundial está puesta en ellos y no será tan fácil ni acabar con ellos ni dejarlos olvidados en tierra de nadie. El éxito del viaje lo atestiguan los miles de católicos de dos países de la periferia que han visto de cerca al vicario de Cristo y han experimentado su amor. De eso se trataba.

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