Los sabuesos del Covid-19
Les llaman rastreadores, pero son expertos en vigilancia epidemiológica. Su labor, casi detectivesca, es crucial para trazar las cadenas de contagio y contener una nueva oleada de la pandemia
N. Ramírez de Castro/R. Fernández Ortiz/M. Serrador
El pasado 10 de marzo un grupo de cantantes se reunió para ensayar en el coro de la iglesia. Era una reunión más, como la que celebraban cada martes, aunque esta vez tuvo un poder de convocatoria menor. De los 122 integrantes solo se presentaron ... la mitad, entre ellos uno que arrastraba lo que pensaba que era un simple catarro y resultó ser el nuevo coronavirus. Durante más de dos horas 61 almas cantaron, compartieron galletas y volvieron a entonar su repertorio. Aquel día fue el comienzo de una terrible cadena de contagios. De los 61 asistentes, 53 miembros del coro enfermaron, tres necesitaron ser hospitalizados y dos murieron, según un informe de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos que reconstruyó meticulosamente el brote de una localidad de Washington.
Como esta cadena de contagio, se han registrado en todo el mundo otras muy similares en iglesias, en locales de música en vivo, en clases de zumba, mientras se celebraba un cumpleaños, se compartía una comida en un restaurante o se asistía a una reunión de trabajo.
En España se podrían contar situciones similares, detectadas antes del confinamiento. Margarita Hernando, responsable de uno de los once centros de Madrid encargados de la vigilancia epidemiológica prefiere no entrar en detalles. «Es una información confidencial», advierte cuando este periódico le reclama cadenas de contagio de alguna de las investigaciones rastreadas en la comunidad madrileña. Solo se atreve a compartir, como anécdota, un curso de formación de una empresa que se saldó con ocho infecciones tras cuatro días de convivencia en los que los trabajadores respiraron y exhalaron en un espacio cerrado y compartieron vehículos para su desplazamiento. Fue uno de los muchos casos que se investigaron en la comunidad de Madrid hasta que la epidemia se volvió inabarcable. Luego vino el confinamiento y ahora su equipo como el de otros rastreadores de toda España viven un momento de calma tensa, a la espera de que se produzcan nuevos rebrotes con la desescalada. Ellos son la base de la estrategia nacional para contener una nueva oleada . Todas las comunidades han reforzado a sus equipos de vigilancia epidemiológica para evitar que cada nuevo caso desemboque en una cadena de contagios, aunque se necesitaría un ejército de miles de rastradores para mantener a raya el virus.
Una entrevista de 40 minutos
Vigilar para controlar, ese es su trabajo y para ellos no es una misión nueva. Antes de la irrupción del coronavirus ya lo hacían con la tuberculosis, el sarampión, la meningitis o con cada una de las más de 60 enfermedades de declaración obligatoria que existen en España. Los equipos están dirigidos por epidemiólogos, entrenados durante años para sacar el mayor jugo a las entrevistas . «El primer contacto con una persona contagiada es crucial. Es la regla de oro para obtener la confianza del paciente y extraer la máxima información. Existe una encuesta estándar, aunque los entrevistadores preguntan muchos detalles para identificar todas las situaciones de riesgo. Esta primera entrevista no debe durar menos de 35-45 minutos», explica Hernando.
El truco consiste en ayudarles a recordar: si han ido al médico, a la compra, a por el periódico; si ha visitado a algún familiar o amigo, si ha paseado o ha hecho deporte. Con cuántas personas convive y si trabaja presencialmente. Dónde ha estado, con quién, cuánto tiempo y en qué circunstancias, si estaban próximos o llevaban mascarilla... «No tenemos un detector de mentiras, pero la experiencia de los epidemiólogos les permite hacer preguntas de distinta manera para averiguar lo que necesitan saber.
Las app solo no sirven
La entrevista requiere una gran habilidad y no vale cualquiera», detalla Ángeles Lopaz, jefe de servicio de Alertas en Salud Pública de la Comunidad de Madrid. Por eso los sanitarios reniegan de las ofertas que hacen otros profesionales, como los detectives, que ya se han ofrecido a realizar esta tarea. Tampoco una aplicación móvil serviría solo para localizar posibles contactos . «Ayudan, pero la tecnología por sí misma no basta para completar un estudio de contactos», asegura Margarita Hernando.
Persona, lugar y tiempo son las claves del interrogatorio , explica Manuel Galán, uno de los «policía sanitarios» de la consejería de sanidad de Cantabria. A esa primera conversación le suceden otras similares, tantas como contactos haya tenido el primer caso. Y vuelta a empezar.
«Peinar» los contactos
«Buenos días Diego. Soy rastreador del coronavirus y le llamo porque estuvo usted el fin de semana tomando un café con su amigo Julián, que ha dado positivo y puede haberle contagiado. Tiene que permanecer en cuarentena hasta que le hagamos la prueba y confirmar o descartar que está infectado». Con esta y otras conversaciones similares comienza Galán a «peinar» los contactos estrechos de uno de los últimos casos de Covid-19 registrados en la región para advertirles de la situación de riesgo en la que se encuentran. Lo que más cuesta es hacerles entender que deben aislarse, aunque se encuentren bien.
En Cantabria, a punto de entrar en la fase 2, los enfermeros, veterinarios, farmacéuticos o médicos que hacen vigilancia epidemiológica tienen una media de entre 3 y cinco casos que rastrear. Y de cada uno de ellos salen otros dos o tres contactos próximos. Una cifra similar a la que había a principios de marzo, antes de que la situación se desbordara. Después en la mayoría de las comunidades, un «call center» se encarga de vigilar activamente a los aislados , de controlar si desarrollan síntomas y se convierten en casos positivos.
Una labor social
«Ahora mismo esta labor está siendo fácil», asegura Isabel Alonso, una de los 442 profesionales de salud pública y comunitaria que en Castilla y León tienen encomendada esta labor de rastreo. Ella es enfermera y ya vigilaba antes de la pandemia otras enfermedades infecciosas. En la zona rural de Valladolid la complicación es hacer el seguimiento de una zona con muchas segundas residencias de «forasteros» que vienen de Asturias, Bilbao o Barcelona. «Cuando pasemos de fase se va a complicar todo mucho», reconoce.
Ella sabe bien que la vigilancia epidemiológica es también una labor social. «Las llamadas telefónicas duran mucho tiempo. Los mayores buscan compañía y conversación» . Más ahora, cuando el virus les ha encerrado en sus casas y ha aumentado el nivel de ansiedad.
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