Benedicto XVI pide a los países árabes que promuevan la paz en Siria
«¿Por qué tanto horror? ¿Por qué tanta muerte?», se preguntó el Papa
Benedicto XVI pide a los países árabes que promuevan la paz en Siria
Ante medio millón de personas entre las que figuraban miles de refugiados de Siria, Benedicto XVI lanzó el domingo en Beirut un llamamiento a la comunidad internacional, y especialmente a los países árabes, para que frenen la guerra civil y ... el mecanismo de autodestrucción en Siria.
«¿Por qué tanto horror? ¿Por qué tanta muerte?», se preguntó el Papa , descorazonado, al término de la misa celebrada en la gran explanada del puerto de Beirut. «Apelo –continuó el Pontífice- a la comunidad internacional. Apelo a los países árabes de modo que, como hermanos , propongan soluciones viables que respeten la dignidad de toda persona humana, sus derechos y su religión». [ En imágenes : La visita del Papa a Líbano]
Las palabras del Santo Padre, entre la misa y el rezo del Ángelus, tenía el sabor de la despedida y de una bendición. Dirigiéndose en primer lugar a los libaneses, el Papa imploró «que Dios conceda a vuestro país, a Siria y a Oriente Medio el don de la paz de los corazones, el silencio de las armas y el cese de toda violencia. Que los hombres entiendan que todos son hermanos».
«Que los hombres entiendan que todos son hermanos»
Benedicto XVI estaba dolorido por la guerra en Siria , que acumula muertos y destrucción cada jornada, y a la que se ha referido en dieciocho ocasiones a lo largo del último año y medio. Los libaneses han sufrido quince años de guerra civil , y la explanada en que se celebraba la misa es un relleno ganado al mar, construido precisamente con los escombros de los edificios destruidos por los combates en Beirut.
En ese marco histórico y geográfico, el Papa les dijo que «conocéis bien la tragedia de los conflictos y de la violencia, que generan tantos sufrimientos». Por desgracia, «el ruido de las armas continua escuchándose, así como el grito de las viudas y de los huérfanos. La violencia y el odio invaden sus vidas, y las mujeres y los niños son las primeras víctimas ».
Era una descripción de la realidad de las guerras, a la que se había referido también el sábado haciendo notar que no son grandes episodios épicos y gloriosos sino que, en realidad, están «llenas de vanidad y de horrores».
Joseph Ratzinger lo sabe muy bien, pues sufrió personalmente la Segunda Guerra Mundial durante su juventud y fue sacado del seminario menor a los 16 años para ser enrolado forzosamente en una batería antiaérea. Pocos meses después desertó, pero fue identificado por los aliados y terminó el conflicto como prisionero de guerra en un campo de concentración americano cerca de Ulm, donde su consuelo era ver a lo lejos, la altísima aguja de la torre gótica de la catedral.
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