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El Papa denuncia los abusos sexuales, el aborto y la contaminación del planeta en el Vía Crucis de la JMJ

Una pareja de Venezuela compara el éxodo de su país a la «coronación de espinas»

El papa Francisco preside el tradicional Vía Crucis dentro de los actos de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) EFE
Juan Vicente Boo

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Como reflexión final de un moderno Vía Crucis con cientos de miles de jóvenes a orillas del Pacífico, el Papa Francisco denunció el viernes algunos males de nuestro tiempo -indicados por los muchachos a lo largo de las catorce estaciones- como «prolongación del Vía Crucis de Jesús».

Caída ya la noche, el Papa dijo que ese camino de dolor se prolonga «en la angustia de rostros jóvenes, amigos nuestros que caen en las redes de gente sin escrúpulos -entra las que también se encuentran personas que dicen servirte, Señor-, redes de explotación, de criminalidad y de abuso».

El sufrimiento de Jesús en Jerusalén se prolonga igualmente «en las mujeres maltratadas, explotadas y abandonadas», y «en el grito sofocado de los niños a quienes se les impide nacer». También en «la soledad de los ancianos» o en otros abusos como «la cultura del ‘bullying’, del acoso y de la intimidación».

En una oración a Dios Padre, Francisco afirmó que «el Vía Crucis de tu Hijo se prolonga en el grito de nuestra madre tierra, herida en sus entrañas por la contaminación de sus cielos, por la suciedad de sus aguas, y que se ve pisoteada por el desprecio y el consumo enloquecido que supera toda razón».

Con el telón de fondo del Vía Crucis de Jesús, el Papa ha invitado a ser «una Iglesia que sostiene y acompaña, que sabe decir: ¡Aquí estoy! en la vida y en las cruces de tantos cristianos que caminan a nuestro lado».

Según Francisco, la Iglesia desea crear «una cultura que sepa acoger, proteger, promover e integrar, que no estigmatice» y no caiga en la absurda actitud «de identificar a todo emigrante como portador de mal social».

Su meditación final recapitulaba facetas de sufrimiento mencionadas por los jóvenes de distintos países a lo largo de las catorce estaciones, intercaladas con música y danza contemporánea.

En la sexta, un chico y una chica de Venezuela invitaron a reconocer la Flagelación y la Corona de Espinas «en el dolor de los migrantes y en la angustia de los refugiados», quienes «no solo lo han perdido todo, sino que también sienten cómo se cierran fronteras y puertas, cómo las líneas que limitan los países se están coronando de espinas punzantes que amenazan, desprecian y rechazan a tantos hermanos».

Ni él ni ella mencionaron a ningún país, pero la referencia era evidente pues ambos llevaban bandas en las que se leía en letras muy grandes: «Venezuela».

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