Los palmeros desalojados por el volcán: «No podremos descansar hasta encontrar un sitio fijo para vivir»
Quince días después de la erupción los vecinos empiezan a acusar el agotamiento de vivir de prestado
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Iniciar sesiónApoyado sobre la máquina tragaperras del bar de la esquina, su «bar del barrio», a Antonio se le dibuja una sonrisa en la cara cuando esta empieza a escupir monedas como si no hubiera un mañana. Es de las pocas que se han asomado ... a su boca últimamente . Desde que hace dos semanas abrió la puerta de su casa a sus hijos y sus nietos, no pega ojo. No es que le cueste dormir por el ensordecedor rugido del volcán de Cumbre Vieja, es que vive en un estado de nervios que nadie puede atajar por el momento.
Dos semanas después del inicio de la erupción, al menos 6.000 personas continúan viviendo fuera de sus casas. Muchos de ellos no podrán volver a ellas. Es el caso de los hijos de Antonio que lo han perdido todo. «Es la primera vez que juego a la máquina esta», reconoce medio avergonzado, pero contento, con su botín. Mejor no pensar.
La gran pregunta que ronda a los palmeros es cuándo dejará «el diablo» –o «el cabrón»– de expulsar todo lo que tiene en su interior. Muchos lo han perdido todo, pero cuando hablan del volcán no lo hacen cabreados. «Nuestra casa la hicieron los volcanes, y somos muy conscientes de ello», cuenta Melisa Rodríguez, una de las primeras evacuadas aquel ya casi lejano domingo 19 de septiembre, cuando su isla empezó a cambiar. En apenas dos horas, la alerta pasó del amarillo al rojo: había que evacuar y había que hacerlo rápidamente. A Melisa le pilló en la playa. Entonces escuchó, según recuerda, a mucha gente gritando. La Guardia Civil evacuaba a los vecinos de El Remo. «Cogí dos vaqueros, unas chanclas, dos camisas, una lámpara, tres libros y un exprimidor. No me preguntes por qué. El caso es que estaba muy tranquila», recuerda ahora.
Con lo poco que le había dado tiempo a recopilar, se fue entonces a casa de los que considera sus segundos padres, con quienes preparó una maleta «por si acaso». A última hora de la tarde, de nuevo la Guardia Civil, ordenaba la evacuación: tocaba moverse una vez más. Así, estas últimas semanas, han estado conviviendo cinco adultos, dos perros grandes, un gato y 14 canarios en el pequeño piso de su madre, a la espera de que estos días puedan encontrar una casa que alquilar en una isla en la que escasean estos inmuebles. «Estamos todos juntos, pero la casa de mis familiares ya no está, desapareció hace tres días. La mía está aislada y no sabemos por cuánto tiempo seguirá así», relata esta arquitecta y también expolítica.
Antes de que desapareciera la casa de sus segundos padres, pudieron pasarse por él en dos visitas de 15 minutos. Para la primera hicieron una lista en la que priorizaron aquello que tenía un gran valor. En apenas un cuarto de hora cargaron lo que pudieron en una furgoneta prestada. «Al día siguiente pudimos acceder otros 15 minutos, y pensamos ‘bueno, esto es como un regalo’ e intentamos coger lo que no nos dio tiempo el día anterior. Pero casi todo quedó dentro: nuestra lista estaba basada en aquellas cosas que el dinero no puede comprar. Ahora pensamos.. debajo de esa lava hay fotos nuestras, mi última celebración de cumpleaños, las últimas cenas con mis padres…».
Tras dos semanas de convivencia, entre los vecinos ha cobrado especial relevancia el apoyo y comprensión a través de sus propias redes, como grupos de WhatsApp o de voluntarios. En el caso de Melisa, colabora junto a tantas otras personas en la recepción y distribución de todos los enseres que llegan hasta Los Llanos para repartir entre los afectados. «Lo que es difícil de aceptar es que esto no es como un incendio ante el que puedes quedarte regando tu casa; esto es más fuerte que tú», explica mientras el ruido del Tajogaite –uno de los posibles nombres que se baraja para el volcán– se cuela incesante en la conversación. Aún así, Melisa, como tantos otros vecinos, no puede pensar en el momento en que los bramidos cesen. «Prefiero oírlo, porque cuando está calmado la pregunta es, ‘¿cómo va a salir ahora?’ Y así sucedió el otro día cuando momentáneamente se paró. Es como tener un avión continuamente encima. Por la noche la imagen es preciosa, pero cuando eres consciente de lo que hay debajo… Es que hay gente que se ha quedado sin nada. Literal», relata esta vecina.
Para poder trabajar, Melisa busca espacios vacíos entre sus amigos y vecinos. «Si mi madrina está fuera de casa un día, allí que voy», comenta. La esperanza ahora es poder encontrar un hogar en el que poder volver a construir una vida. Aunque ella no ha perdido por el momento su casa teme por sus familiares. «No podremos descansar tranquilos hasta no tener un sitio para poder vivir», asegura.
Las zonas próximas al volcán se han convertido en el destino preferido de los curiosos, incluso extranjeros. Lo ven a diario Gonzalo y Grether en la gasolinera de camino hacia El Paso, testigo privilegiado de la erupción del volcán de Cumbre Vieja. «Por la noche es hipnótico», cuenta Gonzalo, y quizá por eso es la hora en la que más curiosos se acercan hasta este punto privilegiado. El volcán, ajeno a las miradas de los curiosos, registra más actividad sísmica. No saben cuándo parará de rugir, y eso es lo que más les preocupa.
«Lo peor es la incertidumbre, la posibilidad de que la lava se mueva para este lado, que siga creciendo el cono hacia arriba y que se vuelva a derrumbar... No quiero ni pensarlo», cuenta Gonzalo, apuntando con el dedo hacia una montaña que hace dos semanas no existía pero que ya ha cambiado las vistas desde la gasolinera.
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