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Una sirena de junco en el Pacífico

En la playa de Huanchaco, un enjambre de pescadores se lanza a por provisiones. Cabalgan solventes sobre las olas, pero la lancha que los acompaña no tiene más motor que la fuerza de sus manos: es un caballito que se construyen ellos mismos empleando solo tallos de totora

RUTA QUETZAL

ÉRIKA MONTAÑÉS

A bordo de un caballito de totora. Así ha transcurrido la jornada entre los expedicionarios de la Ruta Quetzal 2011 , que atraviesa desde el pasado día 16 de junio la costa norte peruana. Y es en este lugar donde desde hace nada menos que 4.000 años los pescadores se amarran a sus caballitos construidos por sus propias manos para sortear el embate del oleaje y cargarse de lenguados, sucos, toyos, lornas y todos los pequeños pescados que nutren esta área del Pacífico gélido.

La figura de un pescador, como Rafael Ucañán, encaramados en la proa de esta embarcación ancestral, hecha con tallos y hojas de totora (una caña en apariencia muy similar a un junco) es la de un surfista cabalgando sobre su tabla. O la de un gondolero en Venecia. Solo que en esta parte del mundo viven de los frutos que les depara su caballito, si bien cada vez es más frecuente que los herederos de esta tradición milenaria, como el hijo de Rafael, Víctor, cojan el caballo como una tabla y se lancen al inmenso océano.

Este tipo de lanchas también se puede ver desde Bolivia

Rafael explica paso a paso, ante la atenta mirada de los cientos de personas que integran la ruta, cómo construye una de estas “lanchas motoras” de Perú, aunque también se pueden ver estas singulares obras de artesanía en zonas de la vecina Bolivia. Primero, con el agua de una poza cubriéndole hasta la rodilla, Rafael se afana con la hoz en cortar “entre 10 y 20 tallos de totora” a cada movimiento de brazo. Las apila y forman una suerte de cucurucho de 4,5 a 5 metros de altura. Estas hojas de totora son un bien codiciado, porque todos los pescadores de la zona se arman con tres o cuatro caballitos para pasar la temporada de pesca. Se los prestan, además, a un compañero o un amigo cuya embarcación haya sufrido apuros. Con una fecha de caducidad de unos seis meses, el pescador que sale todos los días al mar a surtirse de provisiones solo podrá utilizar cada caballito alrededor de un mes, un mes y medio a lo sumo.

Jornadas interminables para construir “el carruaje”

Los pescadores se levantan a las 7.00 de la mañana y siembran, siegan y en el momento cortan la totora hasta las 23.00 horas de la noche. Un proceso que en 20 días se repone, ya que éste es el plazo de tiempo en el que la nueva totora empieza a brotar. Rafael sigue haciéndolo como el primer día de hace más de 25 años. No cuesta imaginar a Elías Arroyo, de 76 años, haciendo lo propio, pues coge los caballitos (que pesan entre 47 y 50 kilos) con una maña que para sí quisieran los jóvenes y explica la construcción de un caballito con los ojos iluminados de quien se sabe poseedor de una enseñanza impagable.

Hay que dejar pasar 20 días para que sequen las hojas

Una vez cortada la totora, el segundo paso para la construcción de un caballito es dejar secar las hojas, lo que se logra en unos 20 días, para a continuación esparcirlas en el suelo, dejarlas secar y también “seleccionarlas”, porque si la totora toma mucho agua se pudre y no resistiría el oleaje picado, como estos días anda en Perú, explican Rafael y Elías. Con las dosis exactas de agua y destreza humana, la embarcación empieza a tomar forma cuando Rafael, ayudado por su vástago, apila un grupo de hojas (la madre) sobre otro fardo (el hijo), para amarrarlos con nylon y guacana (un material un poco más resistente que la cuerda de nylon).

Sentado o de rodillas, se deslizan sobre sus tablas al agua

Una vez enrollados, el resultante es una sirena de junco con la proa aguzada y curvada hacia arriba y una oquedad donde se puede instalar un “invitado” a la lancha, aunque el gondolero mayor es el padre de la criatura, quien, sentado o de rodillas y armado con un fuerte remo también de totora, se desliza como una paleta hasta el océano. Aprovisionado de sus aparejos, el caballito traslada al navegante que podrá subir hasta 200 kilos de carga útil. Más de 4.000 años de antigüedad se soportan cuando la fiabilidad, la estabilidad y la capacidad de flotación de la barca está probada, así que el caballito se adentra en el agua con la solvencia de un yate de primer anclaje.

Jóvenes y demás integrantes de la Ruta Quetzal 2011 han disfrutado como animales de mar cuando el séquito de pescadores de la zona les ha subido a sus carruajes y dado un paseo por el Pacífico.

Después, a medida que los “españoles” se van alejando, la normalidad vuelve a apoderarse de la playa de Huanchaco, a 600 kilómetros al norte de Lima, y cada uno devuelve el caballito a sus aposentos: incrustados en vertical sobre la arena. Y hasta el día siguiente, que volverá a ser, tras su fugaz paso como atracción del visitante, el medio de transporte que guía a estos pescadores hacia la mayor bolsa de pescado del mundo que está ahí, frente a sus costas.

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