Benedicto XVI promete «reverencia y obediencia incondicional al próximo Papa»

Con gran emoción, Benedicto XVI prometió ante los cardenales reunidos para despedirle «mi reverencia y obediencia incondicional al próximo Papa». Fue un acto inesperado, fuera del texto de su breve discurso. El Pontífice saliente lo dijo de corazón, sin papeles, haciendo referencia a que quizá uno de los ochenta cardenales que le escuchaban puede ser su sucesor.

Quien le suceda no debe estar preocupado por una posible «sombra», contará con su ayuda si la pide, y siempre son su lealtad. Era el último acto formal de la renuncia, que corta de raíz cualquier duda sobre el hecho de que en la Iglesia hay un solo Papa al frente de la nave, justo en el momento en que empezará a haber, durante algún tiempo, también un «Papa emérito».

El único acto programado por Benedicto XVI para su último día de Pontificado era un saludo individual, sin discursos, una despedida persona a persona de cada uno de los cardenales llegados a Roma. Pero al final resultaba claro que algo debía decirles. Fueron unas palabras al corazón, y una sorpresa totalmente inesperada, emocionante. El último gesto de humildad.

A las once y cinco de la mañana, cuando el Papa entró en la Sala Clementina revestido del color rojo de las audiencias de Estado, los purpurados le recibieron con un gran aplauso en pie.

En nombre del todo el Colegio Cardenalicio -que pasará a llevar el timón de la Iglesia durante el periodo de «Sede vacante» que inicia a las ocho de la noche-, el cardenal Decano, Ángelo Sodano, le dio las gracias «por el ejemplo que nos ha dado en estos ocho años de Pontificado».

El cardenal afirmó que en este tiempo todos habían podido sentir como propia una frase de los discípulos de Emaús: «¿Acaso no ardía nuestro corazón cuando hablaba con nosotros en el camino?». Sodano le despidió «con una expresión típica de su tierra natal: “Vergelt’s Gott”, ¡Qué Dios se lo pague!».