En la política de Europa hasta los alemanes hablan en inglés
Aunque se predica el multilingüismo, en la práctica casi solo se habla inglés
ENRIQUE SERBETO
España es uno de los países europeos cuya población adulta conoce menos idiomas extranjeros, solo superada por Rumanía, Hungría y Portugal. Aunque en la Unión Europea hay 22 lenguas oficiales, el inglés se ha convertido en una lengua dominante por la fuerza de los hechos. ... En las instituciones comunitarias de Bruselas, se había mantenido un tradicional equilibrio entre las llamadas lenguas de trabajo, el inglés, el francés y el alemán, con cierta preeminencia del francés debido a que es este idioma el mayoritario en la capital belga. El inglés no figura entre las lenguas de los países fundadores, pero había ido ganando importancia de forma equilibrada respecto al francés, la lengua en la que fue construido el entramado institucional comunitario.
Los efectos de la ampliación de la UE
La potencia de la tradición administrativa de Francia tuvo mucho que ver en los inicios de la UE y eso se reflejó en la vida cotidiana en las instituciones, en cuyas reuniones se hablaba mayoritariamente francés. Los funcionarios venidos de los demás países daban por hecho que era necesario hablar francés como lengua prioritaria, teniendo en cuenta que también es propia de Bélgica.
Con la entrada de Gran Bretaña y después Irlanda, el inglés tomó una carta de naturaleza en las instituciones, pero siempre manteniendo una equidistancia con el francés. Todo cambió con la última gran ampliación de la Unión el 1 de enero de 2004.
Los países recién ingresados aportaban lenguas diversas, principalmente eslavas –una familia que no estaba presente en la colección de idiomas oficiales– pero también urálicas como el húngaro. En general, todos los países venían del entorno de la Unión Soviética, que quiso tener al ruso como instrumento de comunicación con un mayor o menor éxito, según los casos.
La caída de los regímenes comunistas trajo consigo una efervescencia pro occidental y las nuevas élites de aquellos países se lanzaron con devoción en brazos del inglés, es decir, el norteamericano. Y por la misma razón, todos los funcionarios que se incorporaban a la UE representando a estos países querían ser exponentes de esa nueva mentalidad alejada de la imagen del viejo telón de acero. Desembarcaron en Bruselas, según las reglas, con el dominio perfecto de su lengua materna y una lengua de trabajo –el inglés, y conocimientos de otra–, y de otras lenguas oficiales. De repente, en las reuniones de trabajo era inútil preguntar en qué lengua se emprendía la conversación: la mitad de los asistentes ya no hablaba francés.
Contraataque francés
El problema se extendió a todos los niveles de la administración comunitaria, incluyendo a la Comisión Europea. Un comisario de la anterior legislatura relataba en privado cómo se había producido este cambio: «Los nuevos comisarios hablan en inglés y los de habla alemana (un alemán y un austriaco) ya no se arriesgan a que sus palabras pasen por la modulación de un intérprete y hablan también en inglés. El francés es el único que utiliza su lengua, pero lo hace sabiendo que la mayoría de sus colegas se ponen los auriculares para entenderle».
El Gobierno francés intentó contraatacar: ofreció cursos de francés gratuitos mientras los alumnos disfrutaban de una estancia igualmente gratuita en un castillo a las orillas del Loira. Ni siquiera semejante ofrecimiento tuvo éxito: la imposición del inglés es un hecho en las instituciones comunitarias
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