Un siglo infinito

La hermandad del Museo celebraba además una efeméride singular. Se cumplían 100 años desde la última vez que María Santísima de las Aguas y el Cristo de la Expiración salieron juntos en el paso, la Virgen implorante a los pies de su hijo, con las manos entrelazadas. Previendo quizá lo que estaba por venir un siglo después: la tristeza infinita del desánimo, de la impotencia y de la soledad.

El virus ha marcado, y mucho. Quizás por ello, largas colas de hermanos y sevillanos convirtieron la plaza del Museo en un río serpenteante de aguas con un rumbo fijo: contemplar la delicada belleza de los titulares de la Hermandad decana del día, con el objetivo inquebrantable de acompañarlos en todo momento en una comunicación y comunión permanentes, sin fisuras, atados al cordón morado de la medalla. Una unión que se vio reforzada, aún más si cabe, gracias al altar montado por el equipo de priostía, que quiso inmortalizar para resaltar la efeméride una puesta en escena muy similar a la vivida por última vez hace un siglo. Y el resultado no pudo ser más espectacular. Para ello se utilizaron los candelabros del paso de Cristo, dos ángeles antiguos, la peana de salida de la Virgen, las jarras del palio y antiguos mecheros de la Virgen, así como las cuatro cartelas nuevas, obra de Darío Fernández, que aún esperan su estreno en el paso del Cristo de la Expiración. Una visión de 360 grados que permitió admirar además un gran monte que englobaba el conjunto, adornado por el florista Javier Grado con varios tipos de flores rojas, entre las que destacaban las rosas, los tulipanes y las clavellinas.

Un altar magnífico para la Virgen, vestida como si fuera a traspasar los muros de la Capilla. Y un monte Calvario para el Señor, que con los ojos vueltos al cielo no olvida la Caridad con mayúsuculas que la Hermandad del Museo ha sabido repartir y concretar, a pesar de la consecuente bajada de ingresos en la hermandad, en los muchos proyectos en los que participa, evangelio puro y duro. Con estas palabras describe con orgullo su hermano mayor, Juan Toro, las iniciativas que han permitido atender a los hermanos más necesitados, y a aquellos que, impedidos tanto física como psíquicamente, esperan impacientes la llegada del Amor de Cristo en la residencia Onuva.

La emoción y el recogimiento de ese Lunes se vivieron también el Jueves Santo, día primero del Triduo Pascual, en el que por primera vez se montó en la capilla el monumento para celebrar el día del Amor Fraterno y de la institución de la Eucaristía desde que en 1986 la Hermandad incorporara también la categoría de Sacramental a su título. El Santísimo acogía, como ese «acudidero» al que tantas veces aludiera Manolo Toro, tantas vivencias y reflexiones almacenadas en los recuerdos y reflotados ahora en las manos oferentes de la Virgen.

Tímido pero alegre, un rayo de esperanza asoma ya entre los ficus de la plaza del Museo pues en 2022 se cumplen los 250 años de la Virgen de las Aguas. Una fecha redonda que la hermandad quiere celebrar y disfrutar tras las amarguras de la pandemia y en la que, una vez más, los hermanos volverán a arremolinarse alrededor del azul océano de su manto, un manto que es un río de vida en el Museo.