En cuarentena
El peso de Dios
Qué noticia tan grande, qué emoción, qué orgullo. Mi amigo va a llevar al Señor por las calles de Sevilla la próxima Madrugada
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Iniciar sesiónLas manecillas del reloj rozaban las doce y diez de la noche cuando llegó el mensaje al móvil. A unos nos pilló trabajando, a otros a punto de irse a dormir, o quizás viendo los últimos minutos de la serie de turno. «Perdonad las horas. ... He entrado de costalero en el Gran Poder. Han sido doce años de espera, pero ha merecido la pena». De pronto, un vacío en el corazón que se encoge. Al instante, la buena nueva que alcanza en voz alta al resto de compañeros. Qué noticia tan grande, qué emoción, qué orgullo. Mi amigo va a llevar al Señor por las calles de Sevilla la próxima Madrugada. ¿Quién nos lo iba a decir el año pasado, cuando me descubrió por primera vez los secretos de la salida de esta cofradía en la plaza de San Lorenzo, tan llena de símbolos, de rezos y de plegarias?¿Quién se lo iba a decir a él, que después de más de una década estaba dispuesto ya a renunciar?
A los pocos segundos llegaban las felicitaciones. Cofrades de San Esteban, de la Macarena, de la Resurrección, del Museo, de San Roque..., y hasta aquellos que a pesar de no ser sevillanos comprenden la magnitud de lo comunicado en tan pocas palabras, acuden raudos a compartir con el jefe su alegría. «A su lado está mi padre en el columbario». «Disfrútalo, amigo». «Eres un privilegiado. Que el Señor te dé fuerzas y salud». «Ponnos a todos en sus manos».
El universo entero está dentro del pecho de mi amigo, quizás aturdido y acongojado todavía por lo que acaba de vivir. Imagino que sentir en tus hombros todo el peso de Dios debe hacerte temblar a cada zancada irremediable, esas que lo acercan a los que están más necesitados de su amor infinito. Como el que mi amigo siente por su mujer y sus hijas, que van a volver a vivir lo que su madre sentía en su niñez, cuando su padre, hoy feliz abuelo, se despedía para ir a los ensayos a San Lorenzo. Hoy, tantos años después, el yerno ha recogido el testigo de la devoción eterna de Sevilla.
Quiero pedirle a mi amigo que, cuando ya sea Viernes Santo y de nuevo esas manecillas del reloj hayan pasado el umbral de la una de la madrugada, le pida a Dios desde la penúltima trabajadera que a todos nos acepte y perdone, que sane nuestros pecados, que nos impulse a buscar el bien de los demás y que nos dé fuerzas para anunciar la alegría del Evangelio. Y que le dé también las gracias por ser nuestro Padre en el cielo y en la tierra, y por acogernos en sus brazos de Hombre a punto de ser clavado en la cruz.
Dios provee, amigo mío. No perdamos nunca la esperanza.
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