Las tres mil caras de la Esperanza de Triana en el Polígono Sur
La misión de la Esperanza de Triana alcanzó el domingo su cénit de emotividad cuando los vecinos de una de las barriadas más pobres de España recibieron con todo lo que tenían a la Virgen en su traslado de San Pío X a Jesús Obrero
La Esperanza de Triana cose las Tres Mil a Sevilla
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Iniciar sesiónSi es cierto eso de que los ojos son el espejo del alma, en el Polígono Sur pocas veces ha habido tantas almas invadidas a la vez por la emoción como este domingo. El traslado de la Esperanza de Triana desde la parroquia ... de San Pío X hasta la de Jesús Obrero recorriendo las calles de las Tres Mil Viviendas tuvo a una buena parte del vecindario volcado y numerosas personas de otros puntos como testigos.
Las más de tres horas que duró el rosario matutino pusieron de manifiesto que las barriadas más pobres de España son mucho más que el estigma que arrastran, que quieren serlo, que piden a gritos que alguien las saque del pozo. Aprovechando esta radiante jornada se lo pidieron a la Esperanza. Lo hicieron de tres mil maneras diferentes: en voz alta, susurrando, con una de esas miradas en las que hay más alma que en muchos pregones.
No en vano, desde primera hora de la mañana había gente apostada frente a la parroquia de Las Letanías para no perderse la salida: «Yo he salido de mi casa a las seis de la mañana. Soy de Triana, pero llevo muchos años viviendo fuera desde que tuve que irme del barrio. Esto no me lo podía perder». El madrugón no evitó que la señora, que esperaba con su carrito en primera fila, se llegase maquillada, con su medalla de la hermandad y un broche del ancla.
Salió la Virgen de la Esperanza y todas las miradas se clavaron en Ella. Aún no tenía puesta la corona —la escasa altura de la puerta impedía que saliera con ella puesta— cuando ya se escucharon los primeros vivas y los primeros cohetes despertaron a los que eran ajenos al acontecimiento, que también los había. «Mamá, qué bonita va la Virgen», señalaba un pequeño a hombros de su progenitora mientras las andas dejaban definitivamente atrás San Pío X para buscar las Tres Mil Viviendas. «Esto no vamos a volver a vivirlo en la vida», suspiraba Mari Carmen.
En la calle Reina de los Ángeles la esperaban unos bomberos que adelantaron la petalada que tenían preparada. Los nervios estaban a flor de piel, la impaciencia se acusaba en las bullas que por primera vez conocieron las calles del Polígono Sur. «¡Vuelve pronto, Esperanza!», se despedía una vecina de Las Letanías, añadiendo unos segundos después en voz más baja: «Porque comprarme un piso en Triana lo tengo difícil». Las cofradías no quedan al margen del problema de la vivienda.
Muchos pisaban por primera vez el Polígono Sur, ajenos a su realidad cotidiana, pero hay quienes llevaban toda una vida esperando a la Esperanza. «Tantos años yendo a verla y ahora es Ella la que viene a vernos a nosotros a nuestra casa», exclamaron con los brazos extendidos desde un engalanado balcón donde una familia al completo contemplaba el transitar de la dolorosa. «Esto es el palquillo real», bromeaba una de las mayores de la familia. En la ventana de al lado, otra pariente suya era incapaz de contener el llanto, lo que contrastaba en gran medida con el júbilo que había invadido la calle mientras las andas se mecían a sones de 'Pasan los Campanilleros'.
Otra señora mayor con una camiseta estampada con el rostro de la Virgen de la Esperanza no ocultaba su emoción: «El Polígono Sur está lejos, pero lo que estoy viendo ahora mismo tiene todo el ambiente de Triana. Me está haciendo recordar mi niñez». Encarna, por su parte, ya no vive en el barrio, pero pasó varias décadas allí y no dudó en volver para acompañar a quienes fueron sus vecinos en tan histórico momento: «Se me saltan las lágrimas. Tú la ves y te entran unos sentimientos por dentro que no te los puedes quitar». Tampoco se podía quitar un jovenzuelo amante de los camiones de bomberos un casco que llevaba puesto mientras disfrutaba del traslado junto a su familia.
El pesar por las batallas diarias quedó atrás en un domingo en el que el barrio llevó la alegría por bandera y recibió a la Esperanza con aplausos, lágrimas, vivas y todo tipo de piropos salidos del corazón. Había poco lugar para la impostura y la coreografía. Eran ellos y la Virgen. Personas de todas las edades se emocionaron y emocionaron a quienes les rodeaban. Fue el caso de la ilusión genuina e inocente de Rafael y Lucía, unos jóvenes con síndrome de Down que acudieron a ver a la Esperanza con una sonrisa de oreja a oreja en compañía de Juan, Emilio y Ramón. Rafael no dudaba en abrazar y dar un beso a todo aquel que se acercara a saludarle. La fuerza de la Virgen es también la de tantas familias que salen adelante día tras día echándose sus tres mil problemas a la espalda.
Las primeras veces
«Gracias por venir a vernos» fue, junto a los vivas, una de las frases más escuchadas en distintos puntos del recorrido. El agradecimiento del Polígono Sur era sincero. «Es la primera vez que he conocido a la Virgen, a la Trianera, a la edad que tengo», cuenta Flora, anciana gitana de las Tres Mil Viviendas que esperaba con entusiasmo a la Esperanza sentada sobre el tocón de una palmera vestida de negro riguroso. A su lado, otras vecinas tocaban las palmas cada vez que la banda de las Cigarreras llegaba a un fuerte de bajos o hacía sonar los cascabeles mientras las andas daban unos pasos hacia atrás. «Le pido salud para mí, para mi familia y para todo el barrio. Qué le voy a pedir si no», reconocía Flora.
También fue la primera vez junto a la Virgen de muchos recién nacidos a los que sus padres no dudaron en poner a sus plantas. Algunos llegaron a subir a las andas sin queja ni llanto alguno, como si fueran conscientes de dónde se encontraban. Entre todos estos bebés, seguramente la más joven fuera la pequeña Marina, envuelta en una manta en brazos de su orgulloso padre. Tan sólo lleva diecisiete días en el mundo. «Lo tiene en el nombre: es marinera, como la Virgen», exclamaba con orgullo una familiar suya mientras la cría dormía apaciblemente. Algún día podrá contar a sus hijos y nietos, tres mil veces si hace falta, que estuvo presente el día en que la Esperanza de Triana convirtió el Polígono Sur en el centro de Sevilla.
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