Sevilla y Amén

¡Al cielo con ella!

Ni la cruz termina de subir jamás en Santa Catalina, ni Jesús descenderá de ella nunca en la Magdalena

Viernes Santo de la Semana Santa de Sevilla en directo: la resurrección del día más clásico

El Cristo de la Exaltación ha salido de Santa Catalina 18 años después Manuel Gómez

Cuando los caballos relinchan en Santa Catalina para levantar a Cristo en la Cruz, todo comienza. La Semana Santa de Sevilla tiene su principio bajo la constelación mudéjar de la Exaltación. Las estrellas de madera del templo iluminan un tiempo nuevo que no tiene fin. ... Alzar la cruz como se izan las banderas de cada patria es un rito que el cristianismo celebra con excesiva naturalidad. No corren buenos tiempos. La cruz es un salvavidas en medio del océano. Y la Exaltación desboca todas nuestras ataduras morales para que podamos gritar a cielo abierto que creemos. Yo creo. Creo, entre otras muchas cosas, porque cuando me muera la cruz de los Caballos seguirá en plena ascensión. Y porque ese día la bisagra de la Quinta Angustia, con música o sin ella, seguirá tocando su melodía de violoncelo para que Cristo se bambolee en mi memoria y no termine de descender nunca. Ni la cruz termina de subir jamás en Santa Catalina, ni Jesús descenderá de ella nunca en la Magdalena. Y en esa intersección del tiempo permanece Sevilla. Nada empieza ni termina del todo. La Virgen del Valle podía ver ayer un techo de palio cerúleo, sin interferencias, pero esa postal pasará. El Señor de Pasión nunca apoya el pie trasero. El Cristo de la Fundación es el más muerto de todos, funda el final. La Virgen de los Ángeles recibe una luz que revienta sus marfiles y desde la negritud más absoluta nos ciega de blancura. La Virgen de la Victoria expande su apabullante belleza por los oficios de los conventos mientras ve cómo azotan a su hijo por el puente. Los nazarenos enseñan sus tatuajes por las mangas de las túnicas. El olivo de Montesión llena de aceitunas los platos en cada levantá. Y la cruz de Santa Catalina sigue a la misma altura.

Ayer estaban los templos llenos y las playas vacías. Sevilla se ha quedado. Las colas eran de dos años. El Gran Poder alargaba la mañana por Conde de Barajas. La Macarena por la calle Bécquer. La Esperanza de Triana, casi por el río... Y los bares hacían el viacrucis de los barriles vacíos hasta la Cruz del Campo. El Jueves Santo parecía Domingo de Ramos. Bullas torpes, guiris con maletas por la carrera oficial y vestimentas floridas. Pero la cruz de la Exaltación seguía a media altura cuando al pasar por la plaza la banda le tocaba la marcha de todos nuestros errores, 'Y el pueblo eligió a Barrabás'.

Los nazarenos de la Madrugada se abrían paso por las marabuntas y la gente susurraba: «Estos son de Los Gitanos, estos son del Calvario». Caminaban los capirotes largos del Silencio hacia San Antonio Abad mientras la plata de Pasión retaba a la luna ya fuera de la Catedral. Y en la calle no había descanso. La tarde se engarzó con la noche, los niños cayeron cuajados en los brazos de sus madres, los ancianos echaban más peso sobre sus bastones y menos años sobre sus esperanzas, las tabernas iban echando las persianas, las fiambreras transminaban torrijas y los abrigos tomaban posiciones. La noche devoró las horas de la Virgen del Rosario de vuelta a la plaza de los Carros. Y ni aun así habían bajado a Cristo de la cruz en la Magdalena. Cambiaron los sonidos que le acompañan, que le han dado una trascendencia mayor a la escena más barroca de la ciudad porque ahí no hay sensación de movimiento, hay directamente movimiento. Todo se movía ayer en Sevilla. Se movía hacia el centro de la vida.

El trajín de gente demuestra que la Semana Santa no es una tradición, es una necesidad. Dos años después la Virgen del Valle ha visto la luz y en Santa Catalina han vuelto a levantar nuestra fe. Ese es el mensaje. Sevilla siempre alza su esperanza y el Cachorro tampoco morirá hoy. Por eso el capataz gritó con las Lágrimas en los caballos la orden de la Resurrección que se aproxima. Arriba la cruz. ¡Al cielo con ella!

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