Entrevista
La anécdota más desagradable de Ismael Vargas al frente del Cachorro: cuando le echaron «el muerto encima»
El Viernes Santo de 2015, una señora decidió lanzar las cenizas de su marido sobre el paso del Cristo de la Expiración, pero cayeron en buena medida sobre el capataz
El capataz del Cachorro: «No sé de dónde han sacado el bulo de que me retiraba después de Roma»
Ismael Vargas: «El momento clave fue cuando se rompió el protocolo de las vallas y la gente pudo acercarse al Cachorro»

Corría el Viernes Santo de 2015, del que se cumplen ahora diez años. Un día soleado, no demasiado habitual para la jornada. La noticia dio la vuelta a Sevilla como la pólvora, aunque el objeto en cuestión eran cenizas. Discurría el Cachorro por la ... calle Castilla poco después de salir de su templo cuando una espontánea arrojó una bolsa cargada de cenizas al paso, con la mala suerte de que se abrió y cayeron prácticamente enteras el capataz de la cuadrilla del Cristo de la Expiración.
Ismael Vargas, que ha comandado el paso en la Gran Procesión de Roma con motivo del Jubileo de las Cofradías y cumple cincuenta años al frente de una cuadrilla de hermanos costaleros que él mismo creó en 1975, recuerda aquel momento como una de sus experiencias más desagradables desde que lleva el martillo de las andas cachorristas.
Así lo relata el histórico capataz a ABC de Sevilla: «Aquello no me había ocurrido nunca y espero que no me ocurra nunca más, porque fue muy desagradable. Una señora se acercó allí con su hijo y parece ser que tenía las cenizas de su marido en casa. Nos enteramos ya después de que el hombre llevaba fallecido algunos meses. Ese Viernes Santo se quedó esperando al Cachorro en Chapina y, cuando pasó, sacaron la bolsita de la ceniza y la lanzaron sobre el paso».
Lo que podría haber quedado en un detalle curioso y bastante tétrico pasó a un espectáculo dantesco cuando la bolsa se abrió y las cenizas se desparramaron por todas partes, tiznando la chaqueta de Ismael Vargas: «Ya no sé si la bolsa no iba bien cerrada o al lanzarla para arriba pudo rajarse con la caña de un clavel o el pico de un candelabro, pero lo cierto es que hacía un poquito de brisa y ese polvillo se esparció todo como una nube. Nos echó el muerto encima, nunca mejor dicho. Fue muy desagradable, eso está prohibido, no se puede hacer».
Según cuenta, la protagonista vivía en la calle San Jacinto y veía pasar por su casa tanto la Estrella como San Gonzalo y la Esperanza de Triana, pero la fe de su difunto marido por el Cachorro la llevó a esperar al Viernes Santo por la tarde para cumplir su última voluntad: «La señora decía que su marido era devoto del Cachorro y quería que se lo echase al Señor, pero para eso hay un columbario, no nos lo eche a nosotros encima. Yo no lo conocía de nada para llevármelo encima». Sin duda es de los pocos recuerdos negativos que el capataz guarda de sus cincuenta años llevando al Cachorro de Triana a Sevilla y de vuelta al viejo arrabal.
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