CRÍTICA DE ÓPERA
Una Carmen insaciable que sigue pidiendo más
Primero tardamos 30 años en reponer la ópera que abrió líricamente el Maestranza, luego, además de tarde aterrizó en Ceuta y ahora nos llega

En conmemoración de los 150 años del estreno de la ópera y de la muerte de Georges Bizet
'Carmen' de Georges Bizet
- Programa: 'Carmen', con libreto de Meilhac y Halévy y música de Bizet.
- Intérpretes: Maria Kataeva, Piero Pretti, Giuliana Gianfaldoni, Dalibor Jenis, Mercedes Arcuri, Anna Gomà, Javier Castañeda, Alejandro Sánchez, Pablo Gálvez y Pablo García-López. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro Teatro de la Maestranza. Escolanía de Los Palacios.
- Dirección musical: Jacques Lacombe.
- Dirección de escena y diseño de vestuario: Emilio Sagi.
- Diseño de escenografía: Daniel Bianco.
- Diseño de iluminación: Eduardo Bravo.
- Coreografía: Nuria Castejón.
- Producción: Auditorio de la Diputación de Alicante, ADDA.
Vuelve 'Carmen', la de Sevilla, no de Ceuta (diríamos que de sus arrabales), en una cita ineludible al conmemorar el 150 aniversario del estreno de la ópera y de la muerte de Bizet, para lo que se ha contado con una producción de ... tendencia minimalista de la que es responsable Emilio Sagi, un gran escenógrafo, descendiente de una familia intrínsecamente vinculada a la ópera y zarzuela, a diferencia de tanto maletilla que quiere torear en la Maestranza sin haberse curtido antes como novillero, en su deseo único de fama y fortuna (pecuniaria).
'Carmen' lleva tantos años sin representarse aquí tal vez porque escenográficamente plantea retos difíciles, especialmente en el último y corto acto, desde el costoso paseíllo a la dualidad física y emocional de casar los vítores con los que triunfa el torero con la descarnada y magistral escena de desamor que lleva a la muerte a la protagonista (por cierto, Sagi propone una suerte de final entreverado entre el habitual en que Don José mata a Carmen con una navaja, y esta, un poco a lo Butterfly, en la que ella corre hacia la faca (de manera que 'técnicamente' es Carmen quien se anticipa a su muerte, en un inusual 'harakiri' francoespañol). Aunque la principal dificultad es haber ido buscando un marchamo 'made in Seville', como ya ocurrió, por ejemplo, con la recién recuperada producción de 'El barbero'.
Las proyecciones videográficas no son nada nuevo en la ópera, y a veces vienen a compensar la ausencia de una escenografía; pero bien es verdad que estamos ante una de las óperas más dinámica -teatralmente- de la historia, de movimiento casi cinematográfico, diríamos. Y además aquí los videos se limitaron a reproducir movimientos del sol y la luna, enrojecidos por la presunción del sanguinolento final, que se reflejaba incluso en el 'albero´ grana plasticoso, que fue soporte de toda la representación y en el que milagrosamente pudo actuar el cuerpo de baile, que hizo suyo casi todo momento especialmente ternario para llevarlo a la danza, con números de gran acierto, como reconoció el público al final.
Tal y como hemos señalado en otras producciones, continúa ese gusto por la penumbra, que aquí reducía la brillante luz de una tarde de toros a esa especie de sol de medianoche continuo con su, digamos, 'puntilla' ribeteada en rojo. No dejamos de pensar en aquel 'Fidelio' de José Carlos Plaza, con la luz a 125v. Si la intención es la mencionada de presentir la muerte durante toda la ópera, nos parece que se yerra el tiro: más bien se busca la luz cegadora, el brillo despreocupado de la tarde de toros para que el trágico final sobrecoja, para que rompa la bonancible luz de la fiesta. Pensamos que todo el acto IV evidencia el contraste extremo con el triunfo del torero dentro de la plaza (y en el corazón de Carmen) y el sobrevuelo de la muerte que se intuye fuera del ruedo.
Ya nos empezó a preocupar el primer número vocal, donde el coro canta a la gente que pasa, y allí no pasaba nadie. Casi se suprimieron todos los diálogos, imaginamos que por dinamizar el movimiento. Disfrutamos de un momento de contrastada iluminación en una bailaora del acto II y la del bailaor torero (Cristian Lozano). En general, las intervenciones del cuadro flamenco casaron bien con la música y fue de lo que más animó el interés escénico.

Un numeroso elenco siempre es complicado de reunir. En este sobresalieron ellas en los papeles principales, empezando por la Kataeva (Carmen), una voz bien timbrada y afianzada, con cuerpo, tensión, y que cuida mucho los detalles de expresión, si bien no siempre parecen naturales, resistiendo cada una de sus arias y dúos sin que su voz se resintiera. Y aunque rusa, se acompañó con castañuelas razonablemente bien
a su lado la Gianfaldoni, que firmó una Micaela bastante creíble, propia de la gran soprano lírica que es, con bello registro muy cuidado. Su aria la iniciaba con poco volumen, queriendo expresar el miedo de sentir su soledad en la sierra con los bandoleros, que luego fue elevándose hasta una sección más escarpada que termina en una nota aguda tenida (Sol), cuyo interés no es tanto la misma nota alta como que suponga la decisión y firmeza de la que se revestiría si se enfrentara a Carmen. (Con Sagi le planta cara, pero es una licencia, como verla despedirse de los soldados tirándoles besos. Sólo Carmen los habría podido detener).
Piero Pretti empezó muy bien como Don José, pero nos pareció que fue perdiendo fuelle, sobre todo en la zona más grave, y ya en el final apenas se sostenía en la media voz. Su única aria es de las más bonitas escritas para tenor, pero nadie la ha mancillado de esa manera hasta ahora. Al menos en un gran teatro. Aunque peor fue el barítono Dalibor Jenis, un gigantesco Escamillo, que todavía en los agudos se podía oír, pero que del centro hacia abajo no le salía ni aire, quedando su momento por antonomasia, el del aria del toreador, desfondado y maltrecho.
Mercedes Arcuri (Frasquita) y Anna Gomà (Mercedes) pusieron el aire fresco, las voces lozanas, animadas, de las gitanas amigas de Carmen. Junto a ella brillaron en la escena de las cartas y contagiaron belleza, color, vida, al menos por un rato. Javier Castañeda (Zúñiga) impuso su torrencial voz al servicio de su rango militar, mientras Alejandro Sánchez dejaba ver un vibrato marcado y podría mejorar su dicción. Pablo Gálvez y Pablo García-López como los bandoleros, estuvieron también a la altura, sobre todo en el bellísimo quinteto del acto II, uno de los números más difíciles de la ópera. La escolanía brilló por su musicalidad, afinación y buena pronunciación del francés. El coro estuvo bastante bien, aunque en el final nos pareció notar algún desajuste con el foso. De todas formas, Lacombe tuvo una actuación irregular: tan pronto doblaba las voces con unos violines en estado de gracia, como dibujaba contornos definidos en el metal, como ofrecía un preludio poco claro, que luego repetiría (igual de poco claro) en el acto IV. En fin, esperábamos mucho más para recordar este doble 150 aniversario de la ópera más sevillana del repertorio.
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