Crítica de 'Shayda' (***): Las fronteras del Islam para una madre maltratada

Película luminosa, educativa y llena de detalles apacibles, sin exprimir ni forzar una conversión del drama al thriller

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Está producida por Cate Blanchett y es película australiana aunque con el alma completamente iraní, como su directora, Noora Niasari, y su protagonista, la excelente e hipnótica Zar Amir-Ebrahimi, que ya ganó un premio de interpretación en Cannes por 'Holy Spider', de Ali Abbasi. ... La historia transcurre en Australia durante los años noventa y está alentada por las propias vivencias de la directora durante su infancia junto a su madre en un centro de acogida para mujeres maltratadas. Shayda es el nombre de la protagonista, que vive esa situación: se refugia en un lugar secreto mientras se resuelve su solicitud de divorcio, y a escondidas de su marido, Hossein, que no renuncia a 'recuperarla' y a llevársela junto a su hija, de seis años, de vuelta a Irán.

La construcción de los caracteres es muy precisa e inteligible, y con una delicadeza enorme en la mirada de la directora y en el gesto y la composición de Zar Amir-Ebrahimi de esa mujer fuerte, decidida, que vive entre el miedo y la rabia y le transmite a su pequeña hija una paz y un amor que está muy lejos de sentir. Con el marido, Hossein, la mirada es obviamente más arisca y el actor Osamah Sami edifica a un tipo atribulado y destruido por la ponzoña moral, religiosa y social en que se ha educado y vivido. Al estar en Australia han de respetar ambos unos cauces legales y unos regímenes de visita que funcionan en la película como condimento de intriga, de mecha encendida a una trama paralela.

Noora Niasari combina bien estos dos líquidos argumentales, la vida cotidiana de la mujer y su hija en el centro de acogida, junto a un grupo de mujeres en situaciones parecidas, y el suspense físico y psicológico de esos encuentros en los que la niña ha de irse unas horas con el padre. Además, es interesante el tratamiento informativo del proceso de separación, que se tiene que resolver en un tribunal iraní, y los diversos focos de presión para la mujer, desde la propia familia (las conversaciones telefónicas con su madre, que le aconseja que vuelva, perdone y lleve en Irán una vida 'normal') al colectivo musulmán y siempre vigilante de la ciudad australiana.

Aunque habla de dramas que el mundo ya sabe, la sensibilidad de la directora y de los otros elementos cinematográficos que componen la película, textos, gestos, tradiciones, poética y, especialmente, la interpretación de Amir-Ebrahimi, 'Shayda' resulta una película luminosa, educativa y llena de detalles apacibles, sin exprimir ni forzar una conversión del drama al thriller tan habitual y perniciosa para según qué historias.

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