Crítica de 'Girasoles silvestres': El chicle en la suela del zapato de una mujer corriente

Jaime Rosales vuelve a la ‘hermosa’ juventud de barriada y penuria, en la que esa juventud se escapa a chorros

Oriol Pla y Anna Castillo en 'Girasoles silvestres'

Antes de entrar en la película, el cartel nos muestra a una joven (Anna Castillo) con la cabeza cubierta de girasoles, esas plantas que miran de frente al sol, a lo que necesitan, al calor y la luz. Ya en ella, la película, unos niños ... juegan en la playa, la madre los vigila de cerca y suena la música de Triana (sus canciones empiezan y cierran esta historia): «Abre la puerta niña, que el día va a comenzar…, soñaba que te quería, soñaba que era verdad…». Tanto la imagen del cartel, como las letras de las canciones trianeras («Sé de un lugar… donde broten las flores… para ti») nos revelan el secreto interior de Julia, la protagonista, poco más de veinte años, madre de dos niños y mujer de caídas y recaídas y que mira al amor como un lugar en el que estar, sobrevivir.

Jaime Rosales vuelve a la ‘hermosa’ juventud de barriada y penuria, en la que esa juventud se escapa a chorros. Y le hace un corte transversal a lo diario y ordinario de Julia, dos críos y la vida aún por vivir, y nos la cuenta en tres capítulos que se corresponden con los hombres que ‘saben de un lugar para ella’; tres historias que son la misma con su capa de coyuntura y diversos chorreones de masculinidad en cada una de esas relaciones, violencia, inmadurez, abandono, indolencia… (en fin, lo que ahora se arregla con ese topicazo de ‘amor tóxico’ ).

Es, desde luego, una película sobre ‘la mujer’, pero aún más sobre la clase social y esos estigmas insalvables que infectan la relación ante la falta de recursos económicos, habitaciones alquiladas, compartidas, amores en los que sale el sol pero acuden rápido las nubes a taparlo. Y es una película directa, flechada, en la que su director no alardea al mostrarnos a sus personajes y sus situaciones; de diálogos francos, aparentemente espontáneos y que describen a la perfección el interior de sus personajes, el de ella y el de ellos, todos interpretados con gran carga física y orificios psicológicos por Anna Castillo, Oriol Pla, Quim Ávila y Lluís Marqués. La parte más tensa, la que implica más pasión y violencia, obliga a Anna Castillo y Oriol Pla a dejar en la pantalla una interpretación extrema, llena de aristas y espinas, pero realmente admirable, o detestable.

La estructura argumental, los diversos tonos, los cambios de tiempos y temperaturas los organiza Jaime Rosales con un fabuloso sentido de la elipsis, y permite a las historias fluir de una a otra y al espectador situarse emocionalmente en cada una de ellas y seguir a Julia en su girar a la busca del sol. Sorprendentemente (y más en Jaime Rosales, que es un cineasta poco dado al júbilo en su cine) este relato tremendo sobre la dificultad de ser feliz, sobre la costra de tristeza y amargura que envuelve a Julia o a mil Julias, se deja atravesar por sensaciones luminosas y de ventura, una especie de semillas de alegría en el desconsuelo. Y probablemente esto se deba, en parte, a la vitalidad, entrega y comprensión de las fisuras de su personaje de la actriz Anna Castillo, que lo abraza por completo.

Crítica de 'Girasoles silvestres': El chicle en la suela del zapato de una mujer corriente

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