La criatura de J. J. Abrams

El director de «Super 8» rinde homenaje al cine de Spielberg y reúne a extraterrestres y niños en el taquillazo del verano

ANTONIO WEINRICHTER

19/08/2011
Actualizado 23/08/2011 a las 19:30h.

Precedida por todo el «hype» (esa forma de promoción disfrazada de información cada vez más típica de las páginas de cine) del mundo y con el dato de prestigio añadido de haber sido una producción relativamente barata que ya se ha amortizado con creces, parece ... que nada puede resistirse a «Super 8» , del director J. J. Abrams : es el ejemplo más claro de taquillazo veraniego desde que Spielberg destapó, sin querer, tal concepto en 1975 con «Tiburón» y Hollywood lo abrazó con un entusiasmo que no decrece. De hecho, la película de Abrams se presenta al mismo tiempo como una obra personal, casi autobiográfica, y como un pastiche perfecto de aquel cine de Spielberg que marcó el imaginario de toda una generación, de «Encuentros en la tercera fase» a «E.T., el extraterrestre» … lo que no dice mucho de Abrams, si recuperar su infancia consiste en hacer un simulacro más o menos perfecto de una obra ajena.

Al mismo tiempo, en un juego de espejos recesivo que da vértigo, el cine de Spielberg (Indiana Jones) y Lucas (Star Wars) que invocaba su propia infancia cinéfila, era un refrito millonario de los baratos subgéneros de los años 30 a 50. Así, «Super 8» es una película de 2011 que replica el cine de los 70-80 que canceló el modernismo adulto del nuevo Hollywood retrocediendo unas cuantas décadas en busca de un supuesto espíritu infantil del cine y del espectador. Este temible viaje en el túnel del tiempo sí que es una premisa fantástica que da miedo, y no la que ofrece la película de Abrams.

El propio Spielberg parece haber recorrido ese camino de regresión al rodar hace un lustro «La guerra de los mundos», remake de un «clásico» de 1953 que vuelve a comparecer aquí como uno de los guiños de la propuesta de Abrams: mucho han cambiado los tiempos pero esta nueva invasión sigue suscitando una lectura paranoica sobre «los rusos» por parte de uno de sus personajes .

El decálogo del maestro

Aunque se sepa de memoria, y lo aplique, el decálogo spielbergiano (familias disfuncionales, la sensibilidad infantil como una subcultura aparte, el sentimentalismo), Abrams introduce una novedad conscientemente posmoderna: su pandilla de mocosos se topa con lo maravilloso cuando están rodando una película casera de zombies al estilo de George Romero (un referente más de culto que el amigo Steven). Cine dentro del cine que evoca aquel premonitorio sueño de Annette Michelson, cuando imaginó a una generación de americanos haciendo películas de ciencia ficción en el patio de su casa gracias a la autonomía de las nuevas tecnologías.

Un sueño del «amateurismo» creativo encarnado entonces en el formato súper 8, que era también la herramienta con la que la vanguardia (de Stan Brakhage a Iván Zulueta) desafiaba el monopolio de los medios de producción por parte de la gran industria. Pero estos chicos no tienen ninguna voluntad contracultural ni tampoco Abrams.

Parece que en la larga lista de homenajes pergeñada por Abrams tampoco aparece el único «becario» de Spielberg que ha sabido jugar con su imaginario desde dentro: Joe Dante, quien en «Matinee» ya confrontó magistralmente horror y realidad, y en «Exploradores» (otra historia de chicos que se topan con aliens) demostró que lo fantástico no siempre es maravilloso. Y no hablemos de «Cuenta conmigo», otro referente de rito de paso infantil (mucho mejor que los temibles Goonies) que Abrams no puede haber pasado por alto.

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