Alejandro González Iñárritu: «He sido pillo, mesero y bracero de lujo, pero no soy un purista»
Veinte años antes de rodar el peso del alma -«21 gramos»-, un barbilampiño mexicano llamado Alejandro González Iñárritu vendimió en La Mancha, (La Torre de Esteban Hambrán) durante tres semanas con un
Veinte años antes de rodar el peso del alma -«21 gramos»-, un barbilampiño mexicano llamado Alejandro González Iñárritu vendimió en La Mancha, (La Torre de Esteban Hambrán) durante tres semanas con un tipo que se llamaba don Julián. Luego fue mesero en una discoteca de ... Torremolinos. Vivió en Madrid, en Pinar de Chamartín, en un apartamento que le prestó un amigo con la condición de que cuando llegaran sus familiares tenía que abandonarlo, y entonces amanecía los lunes, los martes, los miércoles... al sol del Retiro «porque no tenía un peso para pagar hoteles». Junto a dos amigos colombianos -uno de ellos, el calavera- hacía «conejitos»: «Íbamos a restaurantes, comíamos y nos escapábamos corriendo, desde el baño, sin pagar. Agarrábamos taxis y no los abonábamos. Todo el tiempo era un pillo. Fue muy hermoso», reconoce.
-¿Rodaría su vida tal como fue en ese principio?
-Sería muy aburrida.
-¿La conciencia del inmigrante genera mucha ansiedad?
-Te hace mejor persona, más comprometido y con necesidad de lucha. Esa vulnerabilidad te convierte en más disciplinado.
Veinte años después de rodar el peso del alma, este tipo de barba cerrada es uno de los grandes directores de cine, hombre muy feliz con su familia, los hoteles de lujo se lo rifan, aunque Iñárritu no olvida que la babel de humillaciones sufridas en las fronteras mexicano-estadounidenses «me han inspirado mucho. Es una experiencia antropológica. Ver el abuso del poder y experimentar el abuso del poder es distinto a escribir o tratar de imaginarlo. Cuando uno sufre esos abusos en carne propia es mucho más enriquecedor porque esa experiencia se puede traducir mucho mejor. A mí me ha pasado muchísimas veces. Aunque yo soy un bracero de lujo no dejo de tener enfrentamientos con estos policías y guardias que son unos animales brutos entrenados para la violencia. Pero me he encontrado también, y para hacer justicia es importante decirlo, seres humanos encantadores en las fronteras. Aunque cuando te toca uno de estos orangutanes vestidos de policía con pistola la sensación de impotencia brutal te recorre todo el cuerpo».
-¿Por qué la cultura del ocio de EE. UU. fomenta la creación de un público adicto al cine comercial, propenso a los finales felices, a la irrealidad, al infantilismo...?
-Porque yo creo que hay una satisfacción inmediata. La metáfora perfecta sería cuando un niño se hace adicto al dulce. Cuando a ese niño todos los días se le nutre con pasteles, chocolates, etcétera, llega un momento en que el «carbo-hidrato» es adictivo. Y el azúcar. Esa satisfacción inmediata que te da el dulce, esa adicción, es la misma que te da un cine fácil, un cine que no te cuestiona, un cine que te hace un espectador pasivo, que te da satisfacciones sensoriales y emocionales con finales felices y con cosas fáciles, que no reflejan la vida sino que te dicen cómo la vida debería de ser. O cómo soñamos que la vida es. Pero no te dice cómo la vida es en realidad, y no refleja absolutamente nada de la realidad. Es una forma de hacer adicta a la gente escapista, o sea, de escapar de la realidad, lo cual es hermoso. Me encantan los filmes de entretenimiento puro, pero no soy un purista y no quiero torturarme. Me gustan las películas que me dan placer, pero también me da placer ver la realidad.
-¿Es una forma de alienar la mente del espectador?
-Totalmente, pero el gran culpable aquí no es el cine, el gran culpable es la televisión. La televisión ha fomentado un genocidio cultural casi mundial. Yo creo que tiene que haber instancias civiles y gubernamentales que exijan un poco más de calidad y de conciencia en los programas que se hacen.
-¿Está usted en contra del proteccionismo?
-Sí, totalmente. Aplaudo que haya aquí en España una ley que pueda exigir a los exhibidores un porcentaje importante. Y me gustaría que en México existiera. Los cines tienen una responsabilidad cultural, y he oído que el Gobierno les ha ayudado a rehacer las salas. Es dinero del pueblo que tiene derecho a elegir si quiere ver cine de un lugar, de otro y no por ser español hay que verlo. Cuando la película es buena corre solita, la madera flota. Pero aplaudo que haya un espacio reservado para el cine europeo.
-¿Qué rueda ahora?
-Creo que voy a hacer una porno tridimensional (ja ja ja...). Ya tendrán noticias mías.
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