OBITUARIO
Mi querido Ismael
Ahora se ha ido del todo, definitivamente, a esa región donde solo la fe nos puede liberar de la muerte absoluta
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Iniciar sesiónNos vamos de aquí sin que nadie nos llame, como si fuéramos alguien tocado por ese imperativo categórico que se le presenta en la vida. Cuando la existencia nos da el vámonos definitivo, no hay nada que hacer. Solo agachar la cabeza y entonar el ... gorigori, respetar la ley impuesta desde siempre. Lo demás, sobra.
Por poner un ejemplo que saltaba a la vista, ayer fue el 125 aniversario de su muerte. Nació en una familia que con el tiempo fue evolucionando para mejor. Su padre fue hábil, y cambió el apellido Sucillo por el seseante Susillo. Así no estaba manchado por la suciedad que habían llevado sus antecesores como un hierro, como una divisa. Creció y dio muestra, y ganas, de aprender el arte del modelado. Muy pronto se darían cuenta de que estaban ante el gran escultor, junto a Mariano Benlliure, de su época. Son muchos los motivos que se dan para explicar su muerte, pero si nos fijamos en la obsesión que sentía por Bécquer, se aclara todo perfectamente.
Susillo se suicidó un 22 de diciembre, el día en que murió Bécquer, el fatídico día en que nos enteramos de la partida definitiva de Ismael Yebra. Todo es desolación cuando escribimos estas líneas. Sigue lloviendo de forma incesante. Suena el rugido inmisericorde del trueno. Y llora Sevilla como si todo esto formara parte de un auto sacramental escrito antes de nacer nosotros, como si fuera una historia contada a uno y a otros por la mano silenciosa que siempre aguarda.
Íbamos a escribir sobre la muerte de Susillo cuando nos hemos enterado de la amarga despedida de Ismael. Lo conocí en su despacho, pasando consulta. Me curó una psoriasis en la calle dedicada a la cabeza del rey don Pedro, en el sitio dedicado a pasar la consulta. Al cabo del tiempo, fue a verme. Al patio de la Iglesia del Salvador, donde yo presentaba la antología de la Semana Santa. Se presentó, a lo cual le dije lo evidente: ya lo conocía.
A partir de entonces empezó a forjarse una amistad que tuvo su momento más fuerte cuando me diagnosticaron el ictus. Ismael ya estaba enfermo, si bien se bandeaba con su estilo tan peculiar. Nos vimos y echamos la tarde. No hablamos de lo que sufríamos, porque para eso siempre hay tiempo. Todo quedó en un ambiente cargado de sonrisas, con el buen humor que ambos compartíamos. Ahora se ha ido del todo, definitivamente, a esa región donde solo la fe nos puede liberar de la muerte absoluta.
A estas horas recorre la ciudad un eco sordo, apagado, como si todo estuviera mojado por las almas que ya han triunfado sobre el negro tapiz de los días. Bécquer, Susillo, Ismael… Y en el otro lado, nosotros. Huérfanos de ellos, supervivientes tenaces que resisten lo que les caiga. Nosotros seguiremos aquí, pase lo que pase, hasta el último día. Entonces alguien escribirá algo sobre nosotros. Y punto.
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