DE RABIA Y MIEL
Risa
Y que la miseria y la ruina nos cojan descojonados. Estando en el suelo, pero habiendo ganado
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Iniciar sesiónViene por ataque, aunque trae el ímpetu de la tregua en su desembarco. La risa, la mejor manera de acabar en el suelo, la vía más efectiva para enterrar el hacha de lo mundano. La risa, tierra fértil del cachondeo, semilla de felicidad, cosecha de ... plenitud. Crece ahí, dentro de ti, como una enredadera, en ese fuero interno donde se fraguan las cosas que no sabemos que necesitamos, donde los humanos almacenamos el instinto de supervivencia. Y ahí se esconde, agazapada, nerviosa, esperando ese momento especial en el que el milagro suceda y la llamen a filas.
Y entonces, alertada por tu cara, por tus rasgos, por tus pulmones -que le dan fuerza e impulso- recorre ese trayecto desde la barrica de la alquimia a tu boca. Y se desparrama, y lo pone todo perdido de su despeinado compás, y contagia con la letalidad de los virus que nos ponen buenos, y te achina esos ojitos tuyos que hacen que el mundo se encoja con ellos, que dejan en suspenso cualquier tema que no gire alrededor de tus espasmos traviesos y de lo que los ha provocado.
Reírse hasta la náusea, hasta la indigestión, desenredar los nudos de los estómagos. Dejar el gimnasio, hacer abdominales al fallo porque te falta el aire, porque lo estás engullendo de purito placer. Ay, esas agujetas que tonifican el organismo invisible de la plenitud, arquitectas de la tableta en el vientre del disfrutón. Y esos golpes encima de la mesa, manotazos de auxilio en la espalda de los colegas o de festejo de la efímera salvación, de la conquista del simbólico páramo en mitad de la jungla de la realidad. Y la repetición inaudible de esa palabra o de esa frase que ha prendido la mecha, la indescriptible maraña que se crea entre la pronunciación y una nueva sacudida, ese idioma encriptado que nace del intentar vocalizar cuando bate libre la mandíbula.
Reírse con rabia, hasta que se te salten los empastes, hasta que te olvides de todo lo que tienes que olvidarte. Reírse hasta llorar, que ese llanto es nutritivo, agüita del manantial de donde emana la paz. Reírse como un demente, como un auténtico chalado, reírse como aquel mellado, como si de verdad no te importara lo que piense la gente. Reírse hasta llenar de colores el tórax, reírse hasta que explote la vejiga y mear en plan basto en las fachadas de la pena.
Y que grite la vecina, que me mande a donde quiera. Reírse sin medida, perder esos papeles en los que no hay nada escrito sobre la vida. Reírse y ganar esa partida que no sabemos contra quien jugamos. Reírse hasta que duela. Y que el dolor se ralle, y se descoloque, y entre en shock, y se joda, y se meta sus otros tiritones por donde le quepan. Y que caigan bombas en este refugio antiserios que hemos creado. Y que yo te vea esos ojitos chinos. Y que la miseria y la ruina nos cojan descojonados. Estando en el suelo, pero habiendo ganado. Riendo como condenados.
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