TRIBUNA ABIERTA
España a la deriva
Buena parte de la sociedad española vive hoy con una agónica sensación de provisionalidad, con una triste pesadumbre ante un trance histórico al que no se le ve fácil salida
Rogelio Reyes
La historia de los pueblos guarda no pocas analogías con la de sus mismos habitantes. En el transcurso de los tiempos las naciones pasan por momentos de exaltación y de optimismo, pero también por decaimientos anímicos y estados de postración que enflaquecen el pulso del ... país y generan un estado general nada propicio a la esperanza de un futuro halagüeño. Los historiadores nos han trazado el recorrido de estas alternancias en la vida de nuestra nación, volcada en la ilusionante tarea imperial de los Siglos de Oro y anclada en el pesimismo general que supuso la pérdida de las últimas colonias en los últimos años del siglo XIX.
Hoy España está viviendo uno de esos trances históricos de signo negativo, una bajada en el ánimo de sus ciudadanos más responsables a la vista de lo incierto de nuestro inmediato futuro, amenazado por los mismos demonios del pasado en un vicioso bucle que los revive y fortalece con un impulso adánico que aborta todo intento de transitar por una senda política medianamente razonable.
No sé qué factores históricos son los que alimentan esta tendencia nuestra a dislocar todo proyecto de racionalidad política que pueda asimilarnos a nuestros vecinos europeos. En este caso el que durante más de cuarenta años este país ha vivido con más luces que sombras como resultado del espíritu conciliador de la Transición a la democracia tras la muerte de Franco. Cómo es posible que después de ese tiempo –breve en la historia de un proyecto político para una nación- nos encontremos de nuevo en un punto de inflexión para mirar el futuro, como si corriéramos del riesgo de tener que comenzar de nuevo.
Este propósito rupturista, paradójicamente ejercido desde el poder central en connivencia con quienes descreen de la unidad de España, supone la superación del marco de convivencia civil que el país se dio con la constitución de 1978 para volver a la vieja reivindicación plurinacional de los separatismos periféricos y al despertar de algunos dogmas del resentimiento guerracivilista que vuelve a enfrentar artificialmente a unos españoles con otros en una deriva de muy graves consecuencias. Éste es, en síntesis, el marco mental en el que se inspiran al unísono tanto los artífices del gobierno central como sus ocasionales aliados, generando un desconcertante estado de cosas que está perpetrando una clara regresión democrática de la nación y un tenaz y sostenido desmontaje del edificio constitucional que garantizaba una feliz y pacífica convivencia ciudadana.
Después de una larga etapa de racionalidad política. España es hoy –por obra de un partido socialista que se ha descolgado de su responsabilidad constitucional y de unas fuerzas nacionalistas que han roto descaradamente la baraja- un país cargado de incertidumbres y de preocupantes incógnitas. Un gobierno que no gobierna y que no puede aprobar las cuentas del Estado, rehén de pequeños partidos locales que lo sostienen a cambio de continuas e insolidarias prebendas. Una burla permanente del texto constitucional, esquivado una y otra vez con la aquiescencia de un tribunal político al servicio del poder. Una indisimulada hostilidad a la función angular de la Corona. Un interesado ataque al poder judicial. Una política internacional secretista y caprichosa. La amenaza de una fragmentación territorial que liquide la secular unidad de la nación española… Y aleteando sobre tan inquietantes despropósitos, la sombra de la corrupción, un mal endémico en la clase política española de uno y otro signo que no propicia precisamente el optimismo de los ciudadanos.
Buena parte de la sociedad española vive hoy con una agónica sensación de provisionalidad, con una triste pesadumbre ante un trance histórico al que no se le ve fácil salida, pues ni el mismo gobierno no hace otra cosa que aferrarse al poder a cualquier precio. Aquellas glorias de la Transición se han convertido con el tiempo en un desolado pesimismo cuando no ¡ay! en una irresponsable despreocupación de la política que no augura nada bueno.
Catedrático emérito de la Universidad de Sevilla
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