TRIBUNA ABIERTA

Albañiles con lista de espera

Si es por la vanagloria de que tengan un título superior, ya vamos tarde en ofrecer grados de albañilería

ABC

Realmente sólo por un arraigado prejuicio –o por puro fantasmeo- nos empeñamos en que nuestros hijos tengan estudios superiores. Siendo pragmáticos, lo que deberíamos hacer es motivarlos a aprender alguno de los llamados oficios clásicos. Carpinteros, electricistas, fontaneros, cristaleros… si no son ya la nueva ... élite de profesionales, están a un paso de serlo. Hoy es más proletario un ingeniero pagado por convenio que un albañil sin nómina. No sólo es que en estos oficios se gane más dinero: es que se vive mejor y con menos presión. Para desconexión digital, la de ellos.

De la dificultad de encontrar estos profesionales (y camareros) se quejaba amargamente un empresario de la restauración en una entrevista publicada en este periódico el pasado domingo. Por contar las verdades del barquero, en redes sociales le cayó lo más grande. «A tiempo de estudiar electricidad o fontanería», comentó uno. «Págales más y verás cómo aparecen por arte de magia», agregó otro. «Se llama oferta y demanda», dijo un tercero. Ésas fueron las réplicas más suaves. En ellas había ciertamente una verdad inobjetable: manda más el patrón que el marinero, pero manda el mercado mucho más que el patrón.

Si para hacerte cualquier 'chapú', hoy estos profesionales te envían a la cola y ni siquiera se comprometen a fecha exacta, es porque se lo pueden permitir. Quién nos lo iba a decir: necesitar a un albañil y que te ponga en lista de espera. Y no diré que su trato al cliente se asemeja al maltrato por no herir susceptibilidades. Me limitaré a aseverar que sería imposible trasladarlo a las actividades profesionales supuestamente más cualificadas. «¿Cuándo llegará usted?». «Cuando pueda». «¿Sí, pero a qué hora más o menos?». «No se lo puedo decir, porque tengo otro trabajo y no sé cuándo acabaré». «Llame, al menos, con alguna antelación». «Intentaré acordarme».

Y esto es lo que hay. Lo de que el cliente es el jefe será para los empleados del señor Roig y para los mortales que prestamos servicios de no mancharnos las manos. Contratar a un albañil es implorarle que venga: no te presta un servicio, te hace un favor. Y si quieres que efectivamente te lo haga, mejor tratarlo como si fuera una estrella. Todo tacto es poco para que no se nos escape el talento. En la gestión de estos recursos humanos hacen falta paciencia, mano izquierda e inteligencia emocional a dosis iguales. Halagar su vanidad es tan importante como no discutirles un euro.

No se da cuenta un abogado, un arquitecto, un economista, cualquier autónomo por cuenta propia que presta servicios a terceros, hasta qué punto es, profesionalmente, un pringado hasta que no se compara con uno de estos oficios. En mi caso, ni imaginarlo puedo. «No me ha llegado su propuesta». «Porque no se la he mandado». «Y para cuándo podrá tenerla». «No puedo asegurárselo». «Y si aceptara su presupuesto, ¿en cuánto tiempo tendríamos el trabajo?». «Es difícil saberlo».

Hay que admitirlo. Qué profesional liberal no ha tenido semejante sueño: un cliente potencial llamándonos mil veces para que le hagamos caso. Puedo intuir la reacción de la peña en las redes: «deja de escribir y coge el pico y la pala»; «cámbiate a albañil o fontanero, si tan bien se vive»; «ofrece servicios sin competencia y podrás dejar de quejarte».

A esos replicantes (aún) imaginarios, touché… con un matiz grueso. La cuestión con estos oficios es que, hay tan poca oferta para tanta demanda, que uno acaba aviniéndose a lo que le toque, aunque lo que le toque sea un incompetente chapucero. Claro que decir que todo esto es responsabilidad de la mano negra (del mercado) es decir que es responsabilidad nuestra. Hemos preferido que nuestros hijos, aun sin talento ni vocación, vayan a la universidad a aprender profesiones intelectuales, en lugar de animarlos a ser aprendices de oficios clásicos. Y el resultado es que tenemos un exceso de universitarios dudosamente preparados para las competencias que les exigirán luego y una falta abrumadora de trabajadores manuales, malos y sobre todo buenos.

Y lo que nos espera de aquí a unos años, mejor ni imaginarlo. Pues muchos de esos jóvenes a los que nos hemos empeñado en mandar a las facultades están formándose en realizar actividades que tal vez acabe haciendo la IA, mientras esos buenos profesionales de oficios tradicionales que nunca podrán ser sustituidos por la IA se ven quedando sin relevo generacional.

Si es por la absurda vanagloria de que nuestros hijos tengan un título superior, ya vamos tarde en ofrecer grados de albañilería para la economía circular y sostenible

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