Tribuna Abierta
América en el corazón
La lectura es una aleación de culturas que salta los océanos y nos mezcla en ese alma de los pueblos que es el idioma. Las huellas de la hispanidad hay que buscarlas en esa patria común que son lengua y la fe católica
Lutgardo García
Confieso que he vivido, ese precioso libro de memorias que Pablo Neruda concluyó ya al final de sus días, hay unas emocionadas páginas dedicadas a su paso por España que, en conjunto, se titulan 'España en el corazón'. La Casa de las flores, la Residencia ... de estudiantes, los paseos con García Lorca y con Alberti a lomos del caballo verde para la poesía, son narrados con el fervor de quien lleva esos días dorados de la juventud grabados a fuego. En estos tiempos donde los valores de la hispanidad están cuestionados, me acuerdo de aquel libro de Neruda y de la casa de mis padres con las estanterías repletas de libros de historia de América. Los lomos de estos libros de maestros como Francisco Morales Padrón o Luis Navarro García fueron las primeras planillas donde ejercitaba mis aprendizajes como lector.
Hijo de un americanista de la escuela sevillana, en mi casa se hablaba de América como algo nuestro, era el nombre de un territorio querido y cercano, una segunda residencia que se mencionaba con más cariño que a otros barrios de la ciudad. En nuestra familia, el Archivo de Indias, con sus legajos y sus salas de verano y de invierno, y el arco del Postigo, puerta abierta al Nuevo Mundo con calientes de Juana como almojarifazgo, eran espacios de conversación diaria, coordenadas de una ciudad que salía de su historia para ir de vuelo más allá del Océano. La Escuela de Estudios Hispanoamericanos era parada obligada y la librería Céfiro, con su bello escaparate, un sueño de novedades que podías hojear escuchando en el reloj astronómico el paso del tiempo. Si la Constitución de 1812 hablaba de los españoles de ultramar y Juan Ramón Jiménez se refería «al otro costado» para mencionar a América, en mi caso, crecí con la certeza de que vivía en una ciudad, Sevilla, que aún seguía entre dos mundos.
En los años del Imperio, a la consabida nómina de universidades y hospitales fundados allá por los peninsulares hay que sumar las imprentas, la ordenación de las ciudades, el derecho indiano, los avances en la agricultura y la botánica, el comercio y las redes de caminos establecidas por la corona. No todo fueron luces, está claro, pero en una Europa donde la esclavitud era algo legal, como lo era la pena capital, donde la prostitución y el maltrato a la mujer estaban normalizados mientras los hospicios se llenaban de niños expósitos, no se les puede exigir hoy a los colonizadores de América más virtudes democráticas ni más amor por los derechos humanos de los que eran propios en la época. Pero aquella España era la de las Leyes de Indias, la de San Juan de la Cruz, la de Fray Bartolomé de las Casas, quien se recibió como Obispo de Chiapas en la Iglesia de la Magdalena de Sevilla, prueba de que hay calles de nuestra ciudad que son los primeras esquinas de América.
No se me ocurre mejor libro, ni de más amena lectura, para estos días en que se celebra la Hispanidad, que la de las 'Tradiciones Peruanas'. Su autor, Ricardo Palma, contemporáneo de Bécquer, recoge leyendas y cuentos del Perú pasando por sus distintas etapas. Tienen especial interés las del Perú Virreinal, época en que, por cierto, llega a Lima un crucificado del imaginero Juan de Mesa, hermano de taller del Señor del Gran Poder o el Cristo de la Buena Muerte. Uno lee estas leyendas y es como cuando escucha los cantes de ida y vuelta, que ya no se sabe si son de allá o de acá, pero tampoco importa. Porque todo está finamente integrado, lo hispano con lo criollo, en un precioso mestizaje que solo perdura en los países de tradición española.
Mi amor por América creció con la lectura de César Vallejo y Neruda, de Rubén Darío y Vargas Llosa, de Octavio Paz y Borges. La lectura es una aleación de culturas que salta los océanos y nos mezcla en ese alma de los pueblos que es el idioma. Las huellas de la hispanidad hay que buscarlas en esa patria común que son lengua y la fe católica. Cuando la presidenta de México habla de los bárbaros españoles lo hace en un perfecto español que le entronca con Santa Teresa de Jesús y con Jorge Manrique. Y a la vez, en un hilo imaginario, sus palabras van desentrañando una estirpe que llega, por los siglos, a Virgilio y a Homero. Creo que no es mala genealogía. Decir padre o amor utilizando las mismas palabras, y tener la cruz de Cristo como sombra que promueve en la sociedad los valores de la solidaridad y de amor al prójimo, son vínculos demasiado profundos como para intentar disolverlos a base de revisiones malintencionadas de lo que fue el pasado de Hispanoamérica. En fin, somos muchos los que hoy llevamos, con amor y sin rencores, a América en el corazón. Viva América. Viva España.
Poeta
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