Tribuna abierta
Lágrimas silenciosas
La polarización, a la que tan fácilmente recurren algunos políticos, nos lleva indefectiblemente a la radicalidad
Luis Marín Sicilia
«Lo que pasa es que nos conviene que haya tensión». Eran los últimos días de campaña de las elecciones generales de 2008 y los micrófonos de la Cuatro quedaron abiertos y recogieron, sin saberlo, el deseo expresado por Zapatero a Iñaki Gabilondo. Esas palabras ... simbolizan la deriva del socialismo español hacia una radicalización populista, acentuada por Sánchez, que ha ido desplazando a la antigua socialdemocracia del PSOE hacia posiciones extremas.
Hay un principio de la física, recogido en la tercera ley de Newton, según el cual toda acción ejercida sobre un objeto provoca una reacción de igual magnitud y en sentido opuesto por parte de otro objeto. Ese principio de la acción y la reacción, aplicado a la política, es el peligro más determinante para el progreso y la convivencia de los pueblos. Y a ese precipicio parece querer llevarnos un sanchismo cercado por la corrupción, que esa es la razón de su desaforada reacción contra el poder judicial.
En el acto solemne de imposición del Toisón de Oro a la Reina Sofía, a Felipe González y los padres de la Constitución vivos, Miguel Herrero y Miquel Roca, Felipe González rememoró un acto que él presidió, en el que los sobrevivientes de los estados mayores de la Republica y del Régimen franquista, entre lágrimas silenciosas, imploraron «que nunca jamas se vuelva a repetir» la fractura, el encono y la miseria que arrastró a los españoles a una cruenta guerra civil.
Cuando alguien considera que lo puede todo, que quien preside el poder ejecutivo es intocable porque la mayoría social, según él, así lo ha querido, no es de extrañar que exprese, ante una sentencia adversa, que se ha producido un abuso de poder y en consecuencia está decidido a «neutralizar esta amenaza y defender la soberanía popular frente a quienes quieren tutelarla o amoldarla», llegando a aseverar que «el fiscal general es inocente, a pesar de lo que diga el Tribunal Supremo». Se olvida interesadamente de que en España no hay democracia popular (o sea autocracia) sino democracia parlamentaria donde el fiscal general, aunque dependa según dice de él, responde, como todos los ciudadanos, ante la justicia.
Estamos viviendo unos tiempos especialmente delicados para la paz social. Las abruptas protestas y movilizaciones de la izquierda, ante cualquier hecho o circunstancia que considera adverso a sus intereses, corren el riesgo de generar una reacción en sectores del otro extremo también radicalizados, apasionamiento que no es buena idea porque, como dijo Teógenes, mártir de Hipona, no es conveniente sumergirse en el mar durante la tempestad.
Esta situación desconcertante y tensionada es consecuencia de la ambición de quien, habiendo perdido las elecciones, asumió un mandato excluyente, sostenido por fuerzas heterogéneas y dispares, cuyas reivindicaciones resultan contradictorias a veces y profundamente arbitrarias cuando pretenden satisfacer intereses sectarios. Por ello, la prudencia debe hacernos desconfiar de quienes son prepotentes en la derrota y confiar en quienes son modestos en la victoria. Algunos apuestan para que la crispación social siga creciendo porque así se ocultan muchas vergüenzas que investigan los jueces. Pero las masas manipuladas pocas veces tienen razón. No en balde decía Gustave le Bon que el hombre que forma parte de una multitud desciende varios escalones en la escala de la civilización.
Ante esos procedimientos tramposos, que además dañan la convivencia, la postura más inteligente no es la de la reacción de signo contrario sino la del rigor administrativo y la moderación política. La deriva radical del sanchismo ha desembocado en el gran drama de la España actual: toda la izquierda es extrema, ha desaparecido el centro izquierda y solo queda el centro derecha con lo que al PP le corresponde la obligación moral de centrarse aún más si pretende prestar un gran servicio a la paz social y al Estado de derecho.
Las investigaciones judiciales en curso parecen dar la razón a Alfonso Guerra cuando dijo que la cúpula del actual PSOE se había convertido en una panda de bandidos y macarras. De lo cual se deriva un reto de futuro que habrá de abordarse cuando Sánchez sea desahuciado del poder: recuperar a esas siglas para la socialdemocracia, labor llena de dificultades por las muchas minas sanchistas colocadas en todas las agrupaciones.
La deriva política actual recuerda la advertencia en 1979 del prolífico escritor catalán Josep Pla, defensor de la conocida como «la tercera España», la de la mayoría silenciosa, en sus notas complementarias del atardecer («Notas de capvespol») a su gran obra «El cuaderno gris». En esas notas habla de la experiencia histórica de ese maridaje entre el separatismo y la izquierda: siempre hacen lo mismo. Dijo: «Su aberrante visión del país los mantiene en su ignorancia antediluviana. Hablan mucho, pero no dicen nada. Quieren ante todo ganar las elecciones, y una vez asentados en el poder, hacen todo lo contrario de lo que han prometido».
Se dice que la polarización, a la que tan fácilmente recurren algunos políticos, nos lleva indefectiblemente a la radicalidad, algo contraproducente para una sociedad mayoritariamente centrada y moderada que no quiere verse arrastrada a ese frentismo irracional. Y ese es el gran reto de los políticos responsables: no seguirle el juego a las movilizaciones orquestadas ni a los mensajes simplistas, respetar la división de poderes, pedir colaboración ciudadana y respeto institucional y demostrar que la moderación en las formas no está reñida con la firmeza de los argumentos. La mentira tiene las patas muy cortas y una colección de falsarios no puede seguir provocando más lágrimas silenciosas a tantas personas honradas.
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