SOL Y SOMBRA
Turismofilia
Uno se arriesga a la retirada del carné de sevillano si apoya el turismo en alguna de sus dos vertientes: la pasiva y la activa
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Iniciar sesiónLa alta demanda de hospedaje veraniego en Andalucía, sobre todo en su mil-kilométrico litoral, ha disparado los precios con la consiguiente redundancia (positiva) en todos los estratos de la población. El modelo productivo regional, con nuestra industria risible y nuestra I+D espectral, se ciñe ... a los servicios porque la única economía sostenible es la que permite a los ciudadanos pagar las facturas. Cuanto antes tomemos consciencia de cuál es nuestro papel, mejor nos irá. Y cuando amaine el calor, Ryanair y la alta velocidad liberalizada llenarán Sevilla de visitantes. Aunque no todos sean el cosmopolitismo personificado, toca tratarlos con guante de seda. Vivimos en un parque temático que abre 365 días al año. Menos mal, porque la alternativa a este bendito monocultivo sería el subdesarrollo.
Entre la gente chunga, produce especial asquito el esnob, que aquí se manifiesta en un fenotipo esencialista e inquisidor del gusto ajeno. Para mantener el pleno puntaje en el carné de sevillano, hoy es necesaria la debelación del turismo en sus dos vertientes: la pasiva y la activa, o sea, recibir visitantes y visitar otros destinos. Reclamo mi autoridad en ambas, en la primera de ellas como vecino ininterrumpido del Casco Antiguo desde que nací. Sólo he residido en dos inmuebles y ninguno de ellos dista más de doscientos metros de la Giralda. Conozco un barrio que nunca, créanme, ha ofrecido la calidad de vida de que disfrutamos hoy. Gracias a la inversión de la industria turística, es un enclave privilegiado ese centro de Sevilla que anteayer era mugriento, cochambroso y privado de comercios; poco habitable su caserío deteriorado, por eso tantos emigraron.
Más hoteles pido a las grandes cadenas en una ciudad que sólo abandono para… irme de turismo. Y claro que he comido pizza «al taglio» en las escalinatas de la Plaza de España y en la Signoria y en la Piazza Grande de Arezzo. He fumado marihuana en un coffee shop de Amsterdam y he repetido sopa de cebolla en 'Aux deux magots'; estuve en Harrods en rebajas y aún uso la cartera que compré en Macy's. Me he reventado las manos aplaudiendo en una tanguería de San Telmo. Vi encierros de San Fermín confundido con un ejército de yanquis empapados en vino malo (no me atreví a correr) y, de milagro, no sufrí quemaduras de primer grado con el agua hirviente de los geisers islandeses (por listo). Provoqué a las llamas de Machu Picchu tratando de que me escupieran e hice cola para fotografiarme con un kiwi en la Isla del Sur neozelandesa, donde se rodó 'El señor de los anillos' (que, naturalmente, no he visto). Me revolqué gritando «¡cuerpo a tierra!» por los túneles del Vietcong en los alrededores de Saigón. Lucí una 'chapka' para combatir el frío en la Plaza Roja y, sin ser capaz de distinguir a Beethoven de Los Chichos, he escuchado a la filarmónica de Viena en el Musikverein y a un fadista tristísimo en la Alfama. Ni calzando las botas de siete de leguas de Perrault dejaría mayor huella de carbono. Que revienten los ecolojetas y los turismófobos, o sea, los turismo-bobos.
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