Sol y sombra
Enganchado
Cuatro manos expertas actúan sobre un cuerpo abandonado por su cerebro: una experiencia mística fronteriza con la felicidad
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Iniciar sesiónUNA de las experiencias más placenteras de esta vida es acudir a un gabinete pulcro, discreto y confortable para abandonarse en las manos expertas de dos mujeres profesionales. No es barato, advierto, ni está bien visto que el cliente reclame, al concertar la cita telefónica, ... la administración de sustancias estupefacientes que incrementen la sensación de bienestar y mitiguen la ansiedad, ya que la sesión –más de una hora, sin prisa– transita todo el rato por esa evanescente frontera que separa sin separar del todo el placer del dolor. Sometido por los narcóticos y mecido por los mimos de las cuidadoras, no existen el miedo ni la angustia ni la culpa ni las preocupaciones: sólo un cuerpo ingrávido y una mente hipersensible. Rásquese el bolsillo y libérese de prejuicios, que no se arrepentirá.
Paracelso enunció hace medio milenio el principio básico de la toxicología, ése que nos enseña que «no existen venenos, sino malas dosis». El fentanilo, el arma más letal de los narcotraficantes del siglo XXI, es a la vez un eficaz analgésico para pacientes quirúrgicos y ni el lector más pacato negará que cualquier actividad que comporte roce mejora cuando el organismo segrega, de forma natural o inducida, enzimas que aumentan la sensibilidad: de la endorfina a la gloria. La labor que aplicaron ayer sobre el cuerpo de este pecador las dos damas referidas habría resultado mucho menos grata, por momentos incluso desagradable, sin el concurso de la droga. «Nos comemos los platos rociados con nitrógeno que ha cocinado un chef que no tiene ni la ESO y nos da miedo una pastillita elaborada por un licenciado en Química», argumenta con tino un colega de ideas abiertas.
En su imprescindible 'Historia general de las drogas', Antonio Escohotado destaca la importancia que las sustancias psicoactivas –legales e ilegales– han tenido en el desarrollo de las ciencias y las artes: en el mero progreso de la Humanidad. El efecto del chute con el que fui agraciado en el 'petit hôtel' de la calle Luis Montoto confirmaba la tesis del filósofo. El pulso amaina y las terminaciones nerviosas se adormecen, en primer lugar, para que las dos mujeres operen a su antojo sobre un cuerpo abandonado por su cerebro y que se ha convertido en una superficie esponjosa que sólo es capaz de distinguir entre dos estímulos: la nada y un cosquilleo maravilloso, como si un millón de ángeles lo estuvieran masajeando apenas con las yemas de sus dedos. Justo entonces, la mente acelera hasta alcanzar cimas de lucidez nunca holladas. Sin otra compañía que el arrullo de dos voces femeninas, pues la carne mortal sigue secuestrada por la adormidera, todas las conexiones eléctricas de la cabeza hacen que salte la chispa de la felicidad y la luz eterna nos ilumine durante unos segundos, con suerte un par de minutos.
Es lo más parecido a una experiencia mística que puede tener un hombre de poca fe. Por eso les aconsejo que pidan ser sedados con óxido nitroso –el divertido gas de la risa de alguna noche loca, pero con vigilancia facultativa– cuando vayan al dentista: evita el dolor, barra el miedo y te hace pasar un ratito agradable.
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