Sevilla al día

El Cachorro desde la barrera

Una parte de la ciudad, que no fue a Roma, estaba esperando para disparar con el argumento del dinero público invertido

Sevilla vive de las formas. En esta ciudad porfiona nunca está en discusión el trasfondo porque aquí damos por hecho que está todo inventado. Por eso nos enrocamos en sacarle punta a la cáscara. La Feria no se discute más que su calendario y el ... formato o el estilo de la portada. En la Semana Santa hay conflictos por los horarios y recorridos, debates acalorados sobre la idoneidad de una banda u otra, el cartel de Salustiano o el de Luis Gordillo, o si los cristos tienen que llevar túnica bordada, corona de espinas y potencias. En la rutina diaria de esta capital del ombliguismo supremo, nadie en los bares critica el retraso en la construcción de la SE-40, del metro o de la conexión ferroviaria entre Santa Justa y el aeropuerto. Pero todos nos quejamos amargamente de los atascos, del precio de los taxis o de lo lleno que va el Tussam.

El sevillano cabal ve una desproporción en el número de eventos, sobre todo cofrades, porque se salen de la medida habitual, van a destiempo e interfieren también en el tráfico. Pero tampoco existe una conciencia colectiva acerca de lo que esta sobrecarga afecta al dinero público y, de alguna manera, nos tocan un pie los debates sobre la ley de capitalidad, la tasa turística o la que Sanz propone ahora para gravar los incontables grandes eventos.

El último gran debate en Sevilla ha sido sobre la estancia del Cachorro en Roma. Una parte de la ciudad, que vio los toros desde la barrera, estaba esperando para disparar a mansalva utilizando de forma ventajista el dinero público invertido. Cuando este evento comenzó a organizarse hace un año, nadie levantó el dedo para advertir del alto coste que supondría llevarlo a cabo. Nadie, entonces, planteó el posible destinerés y la falta de calor que podría brindarle el Vaticano al Cachorro y a la Esperanza, porque sencillamente nadie presuponía que el traslado iba a coincidir con un cambio de Papa. Y, por supuesto, nadie señaló la supuesta falta de interés de la propia ciudad de Roma por este evento.

Los negacionistas del viaje esperaron para encontrar la más mínima oportunidad para salir a degüello sin reparar en que quienes sí estuvieron, los que peregrinaron a la capital italiana para acompañar al Cristo de la Expiración y a la Esperanza de Málaga -que fueron miles de personas que abarrotaron los hoteles y aviones desde meses antes-, vivieron allí un acontecimiento memorable.

El Jubileo de las Cofradías resultó un fracaso sólo si se analiza desde el punto de vista del desapego del anfitrión. Pero la procesión no lo fue, como tampoco los días previos en San Pedro. El trasfondo de lo vivido no está en el número de romanos que acudieron a ver al Cachorro, sino en la participación masiva de sevillanos y malagueños en un jubileo que lo tuvo todo en contra y que dejará la estampa más hermosa jamás vivida.

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