sin acritud
Las víctimas
La política utiliza a las víctimas del cáncer, del maltrato, de la guerra o de lo que sea sólo para sus fines
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Iniciar sesiónHabrá de llegar un día, ojalá más pronto que tarde, en que recuperemos la normalidad. La convivencia sosegada tras el torbellino de polarización en el que estamos inmersos. Imposible hablar de nada, opinar de nada, sin que alguien te incluya en un bando u otro. ... Cuando llegue ese día tocará analizar los porqués, sobre todo para que no se vuelvan a repetir. Y probablemente tocará asumir que algunas de las líneas rojas traspasadas serán difíciles de restablecer. Una de ellas, clarísima, es la pérdida de credibilidad de la Justicia. Al menos en sus más altas instancias, las que entroncan directamente con el poder. Nunca los poderes judiciales y los políticos estuvieron tan entremezclados, cuando por su propia naturaleza debieran estar perfectamente separados. Sin duda ese es uno de los pilares de nuestra democracia y lo estamos socavando día a día. Hay más pilares dañados. La normalización de la mentira sin duda es otro de ellos. Václav Havel, ex presidente de la República Checa y uno de los grandes referentes de la política y el humanismo del siglo XX, ya afirmaba hace décadas que «la vida en la mentira puede volverse tan habitual que deja de percibirse como mentira. Entonces, lo falso se convierte en norma». Havel falleció en 2011, cuando todavía los presidentes de los gobiernos no decían una cosa y la contraria. Al menos no tan descaradamente, ni nos tomaban el pelo escudándose en aquello de los «cambios de opinión». Esta normalización de la mentira esconde detrás una degradación de la moral que ya ha invadido cualquier ámbito de la política. Un envilecimiento que lleva a muchos a utilizar a los eslabones más débiles de la cadena para sus fines. A las víctimas. De lo que sean. Sean quienes sean.
Ocurre con la población civil de Gaza, de la que la izquierda radical se aprovecha para exhibir su buenismo, su patético intento de declararse moralmente superior. Ocurre aquí en Andalucía con las mujeres que viven días de angustia por el error en las pruebas para detectar el cáncer de mama. Pasa también con esas otras mujeres que ven cómo sus maltratadores pueden acercarse a ellas sin ningún tipo de control por un fallo en las pulseras. Sucede con un anciano al que un grupo de jóvenes da una paliza y con quien se ve en la tesitura de tomar la decisión de abortar o no. Como se dice ahora, es algo 'transversal'. Da igual que sea la guerra, el racismo, la sanidad o el machismo. Las alimañas al acecho no ven un problema, sino una oportunidad para sacar rédito. Y es algo tan extendido que afecta ya a la izquierda y a la derecha. Incluso en algunos casos a los más moderados. Cuando esos límites se traspasan resulta ya casi imposible determinar la diferencia entre el bien y el mal. Pero existe. Y llega un momento en que la única forma de hacerlo es a título individual. Sin dejarse arrastrar por la masa. Como también dejó dicho Carl Jung, padre de la psicología analítica, «la masa siempre está por debajo del nivel del individuo. Es instintiva, irracional y emocional». Y en estos tiempos que corren, además, persistente.
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