pásalo
El jarabe del perdón
No debe ser bueno para la salud mental odiar a tu propia sangre
COMO una malaria ideológica que rebrota cada cierto tiempo, en algunas repúblicas americanas, un gobernante en apuros o necesitado del calor populista, se acuerda de España y le entra la tiritera. Tirita de orgullo local y sangrante dolor patrio que, al parecer, solo se le ... pasa con un jarabe: que España pida perdón por lo que la leyenda negra nos imputa y, algunos encomenderos, perpetraron. Solo así se les pasa el síndrome de abstinencia y recobran el sentido de la realidad, reubicándose en el tiempo presente y aparcando, hasta el próximo rebrote hispanofóbico, el jarabe del perdón. Lo cierto es que no hay en el mundo una nación que haya manejado un imperio que no tenga que hacerse perdonar un exceso. El problema se plantea cuando en la génesis de la conciencia nacional de las citadas repúblicas, el desprecio a España y a los españoles forma parte fundamental de la argamasa que la consolida. Aspecto este que no debemos olvidar hoy porque tiene mucho presente en la España que aspira a ser soberanista.
No hay nada más efectivo en el populismo que la doctrina del enemigo único, del enemigo diabólico. Sirve para conjurar los errores propios y los fracasos internos. Y es un comodín que se utiliza de forma recurrente en esa partida de naipes boba que la política zurda mantiene a ambos lados del charco. Contaba García-Page, el presidente manchego, un encuentro que tuvo con López Obrador cuando era gobernador de Mexico D.F., en el que confesó que odiaba a España y odiaba a los españoles. Lo que no deja de ser una maldita paradoja con apellidos tan españoles como los que luce el ex presidente mexicano. Paradójico y siquiátrico porque te estás odiando a ti mismo. Un problema que, en términos históricos, es una terrible contradicción. No debe ser bueno para la salud mental, tanto individual como colectiva, eso de odiar a tu propia sangre.
En vez de sumar continuamos restando. En vez de converger en un acuerdo mutuo que supere controversias banales seguimos alimentando el bicho de la malaria populista. En 1990, en un encuentro en Oaxaca con las etnias mexicanas más dominantes, el rey Juan Carlos I, pidió perdón a sus representantes por los abusos cometidos por España en la conquista del mundo azteca. Y les aseguro que los protagonistas de aquel encuentro no tenían una estampa tan europea como la de López Obrador o la nueva presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum. Cabe preguntarse si hay que pedir perdón en bucle o lo institucionalizamos cada vez que allá se elija presidente. El asunto parece cómico. Incluso hilarante. Sobre todo, cuando la primera dama mexicana, no parece conocer bien su propia historia y patina en cinco siglos fechando la fundación de Tenochtitlán. No es aconsejable confundir la política con la Historia…
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