Trampantojos
El sueño de Europa
Acaso lo que nos queda de este continente es un hermoso casco histórico lleno de ruinas que han resistido al tiempo
Camino por las calles del casco histórico pensando qué es Europa. Una brisa y caliente agita las banderolas donde posan los candidatos a las elecciones europeas con sus sonrisas congeladas de marketing y teatro. ¿Qué será Europa? ¿Existe Europa o sólo es un sueño? ¿Es ... un invento burocrático donde se reparten fondos y frías legislaciones? ¿Estadísticas para pasar rozando lo justo el decálogo de la ética democrática? ¿Mullidas alfombras para fondos de inversión que antaño cubrieron los suelos de viejos palacios?
No sé qué Europa votaremos, aunque yo tenga claro qué Europa quiero. Es probable que no exista más que en mi cabeza y en la de otros europeos solitarios. Pienso en esto mientras contemplo mi ciudad invadida por extranjeros. Unos ocupan la ciudad histórica contemplando las glorias del pasado y otros malviven en las periferias de esa misma ciudad en su versión decadente y miserable. Lo que tengo claro es que esa ciudad, Sevilla, fue siempre urbe cosmopolita y acogedora de forasteros. Hay ciudades en las que es más fácil pensar en Europa.
Ahí está la Sevilla del Siglo de Oro que recibía a mercaderes de todas las nacionalidades, la ciudad en la que se hablaban todas las lenguas. Se nota Europa cuando se pasea por las calles, aunque haya que mirar muy dentro, al alma profunda de la ciudad. Observando el perfil de algunas casas que nos recuerdan los del Renacimiento italiano o aires de Flandes en las maderas de viejos retablos.
Veo viajeros europeos comiendo paella a las seis de la tarde de un mes de junio creyendo que están almorzando cosas típicas de Sevilla. Imagino que esto mismo sucede en otras ciudades europeas, contagiadas por el mismo mal. Acaso eso es lo que nos queda de Europa: un hermoso casco histórico lleno de ruinas que resistieron al tiempo. Europa como parque temático del pasado, como atracción para consumidores fascinados con el atrezzo del ayer.
¿Qué será Europa? ¿Dónde está ahora Europa? Ya están las urnas preparadas para que digamos qué Europa queremos, aunque no creo que podamos dibujarla. Acechan vientos sucios en nuestra querida Europa. Malos vientos del pasado en los que adivinamos el mismo error de los siglos. Un viento que atraviesa campos de guerra, asentamientos de desplazados, malestar en las democracias, odio y rencor diluyendo los pilares que construimos.
Aquella Europa que forjamos después de las guerras más atroces, ese continente surgido de la peor pesadilla, se deshace en un presente que se improvisa en los despachos de Bruselas, muy lejos de la realidad. Ojalá que la Europa que votamos fuera ese continente ejemplar que, a pesar de sus raíces bañadas de fango y sangre, consiguió crear el edificio de la democracia, de las libertades y los derechos sociales del Estado del Bienestar. Ojalá que Europa, la doncella de nuestra mitología grecolatina, no vuelva a ser raptada por dioses rijosos. Ojalá que, como decía el humanista Andrés Laguna recuperando la expresión de Terencio, Europa no se atormente a sí misma.
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