La ideología del agua
Empresas sevillanas construyen en todo el mundo las desaladoras y las plantas potabilizadoras con las que aquí no podemos ni soñar
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Iniciar sesiónEl verano de 1995, con la 'ley seca' vigente que limitaba a las ocho de la tarde la última ducha del día, las autoridades medían el agua de los embalses que abastecían a Sevilla con criterios de cartillas de racionamiento. Cada mes se iban ampliando ... los cortes para dar más vida al agua embalsada. Al final de aquel agosto tórrido, varios políticos y técnicos evidenciaban la desesperación con un plan de evacuación de la ciudad al ver cada vez más cerca el momento en el que el agua no iba a llegar ni para beber.
Por suerte, a la ocurrencia le siguió un diluvio universal que llenó las presas y devolvió la esperanza al pueblo. Pero el recuerdo de aquel episodio caló en algunos responsables públicos como Soledad Becerril, que prefirió hipotecar los fondos de Sevilla para construir Melonares antes de volver a hablar de otro plan de evacuación. De aquel recuerdo de los cortes nocturnos y el llenado diario de bañeras y cubos para las emergencias domésticas, también nació la vocación de muchos niños que hoy son profesionales de larga trayectoria que desarrollan desde su ciudad proyectos de envergadura para ofrecer soluciones a la sequía en los puntos más remotos del mundo.
Lantania, Cox, Azvi, Ayesa, Ghenova. Todas de origen sevillano o con presencia en la ciudad, promueven infraestructuras hídricas en países casi desérticos. Las desaladoras más grandes, las conducciones más largas, las estaciones de depuración más precisas llevan su firma. Tecnología punta para revertir la sequía, a veces en mitad del desierto o a 3.000 kilómetros del despacho desde el que diseñan las infraestructuras y, sin embargo, ninguno de estos proyectos tiene cabida en su tierra.
Lo reconocía amargamente el director general de Aguas de la Junta, Ramiro Angulo, el pasado miércoles en la presentación del Especial I+D+i en Andalucía de ABC. El político prescindía de discursos para compartir su frustración: «se me revuelve todo por dentro cuando veo a nuestras empresas construyendo las desaladoras con las que aquí no podemos ni soñar», admitió. Y no es por falta de presupuesto ni de talento, sino por la falta de acuerdo entre administraciones para la gobernanza del agua. Un recurso imprescindible para la vida que sigue utilizándose como arma política.
Desgraciadamente, el agua tiene ideología. Los conservadores son de presas y los progresistas de desaladoras. Eso nos han hecho creer así y en esa refriega, la tierra de la sed sigue perdiendo oportunidades y viviendo bajo el temor a un plan de evacuación como el de 1995 porque en algún momento no quedará agua para beber. Y en lugar de usar la tecnología volveremos a recurrir a las medidas de urgencia como traer agua en barcos a precio de oro o soltar un iceberg en el cauce del Guadalquivir.
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