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QUEMAR LOS DÍAS

Divertirnos como demonios

Ozzy ha vuelto a casa con mamá, dejándonos como regalo un patio en el que jugar como niños hasta que la música se apague

Daniel Ruiz

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Como la posibilidad de asistir al concierto de despedida de Black Sabbath y del bueno de Ozzy en Birmingham, celebrado el pasado día 5 de julio, era sin más imposible —las 45.000 entradas se agotaron en 16 minutos—, mi amigo Sergio, nuestro Pope del ... metal, se sacó de la manga una discreta quedada en su nueva y formidable casa para presenciarlo en streaming, con la que dimos por estrenado su pantallón de plasma de tropecientas pulgadas. Durante casi once horas de trasiego cervecero y música de muchos decibelios, tuvimos la sensación, todo el tiempo, de estar asistiendo a algo histórico, que de hecho ya ha sido comparado con el concierto homenaje a Freddy Mercury en Wembley. Disfrutamos de las guitarras de Nuno Bettencourt y de Tom Morello, de la batería de Danny Carey, de las apariciones fulgurantes de Ronnie Wood o de Steven Tyler marcándose el Whole Lotta Love de los Zeppelin, pero sin duda el momento más emotivo fue cuando, en el tramo final, ya metidos en la madrugada, Ozzy Osbourne apareció para cantar algunos temas, primero con su grupo y después con la agrupación de Black Sabbath originaria. Enfermo de Parkinson, con unas condiciones físicas muy mermadas, no era difícil barruntar que moriría tres semanas después. Porque aquello era en toda regla su despedida.

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